
Por su parte, los líderes occidentales siguen como si la cosa no fuera con ellos. Todos, desde Obama hasta Zapatero, pasando por Sarkozy, Berlusconi y Merkel, se esfuerzan por emitir timidísimas condenas nada comprometedoras para salvar la cara ante una ciudadanía incrédula, pero ninguno, salvo honrosas excepciones como el presidente del Parlamento Europeo, ha ido más allá de dos o tres declaraciones insustanciales. Y es que claro, hasta hace cuatro días, Obama, Zapatero, Merkel, Sarkozy y Berlusconi se dedicaban a hacer manitas y a posar sonrientes con esos déspotas. Además, no vaya a ser que las revueltas no triunfen y el Gadafi de turno nos retire sus jugosos contratos petrolíferos y armamentísticos.
El mundo está cambiando. Internet lo ha revolucionado todo y la censura ya no sirve de nada. Sin embargo, la casta política dominante parece seguir feliz en su brubuja. Ellos viven a parte, creyendo que lo tienen todo bajo control. Por eso, no es de extrañar que ni un solo diplomático o alto cargo haya dimitido tras las escandalosas filtraciones de Wikileaks. O que ahora se dediquen a intentar disimular su nulo interés por el sufrimiento de tantos pueblos oprimidos. Están a lo suyo, que es aferrarse al poder a toda costa, firmar contratos multimillonarios con toda clase de dictaduras y hacer lo posible por mantener a los ciudadanos adormecidos. Pero esos ciudadanos están despertando. Ahora son Túnez, Egipto y Libia. Mañana puede ser China (de la que por cierto, nadie dice ni una palabra). Pasado, Europa y Estados Unidos. Y tal vez con mucha suerte en cien años, España.