Hillary Clinton se refirió el otro día a la mitad de los simpatizantes de Trump como personas a las que habría que meter en «una cesta de deplorables sin remedio». No era la primera vez que lo hacía. Días antes, en una entrevista a una cadena israelí utilizó las mismas palabras, aunque no trascendió hasta ahora. Y hace algunas semanas dedicó un gran discurso a hablar de la «derecha alternativa» (Alt-Right) que supuestamente ha tomado el control del Partido Republicano, tildando a este grupo de racista, machista y demás adjetivos acabados en -ista.
¿Por qué de repente hace esto? ¿Por qué insulta a los votantes de Trump de manera tan directa? La explicación es algo más complicada de lo que parece, y no tiene nada que ver con que los odie por sus ideas o se haya vuelto maleducada. De hecho, por la forma tranquila de expresarlos, sus insultos parecen hasta graciosos. No, no es que de repente haya pensado que es buena idea atacar a parte de la población de EE.UU. en plena campaña electoral.
Lo que estamos viendo es un comportamiento instintivo que se resume en que, ahora mismo, ni Hillary ni sus palmeros se explican por qué Trump no está 20 ó 30 puntos por detrás de ella en las encuestas. Supuestamente, a estas alturas, Trump tendría que ser historia. El movimiento anti-Trump lleva tanto tiempo (concretamente desde el primer día) augurando su caída inminente que les resulta imposible entender qué hace todavía en la carrera presidencial. ¡Y nada menos que pisándole los talones a Clinton!
«Pero si Trump era un payaso y un candidato de broma, alguien que se presentaba por dar la nota. O porque se aburría en su casa. O para darse publicidad», pensaban todos. ¿Cuántas veces hemos oído en el último año y medio que el magnate no iba a salir vivo de sus insultos a las mejicanos, a las mujeres, a sus rivales en las primarias, a Obama y hasta a la familia de un soldado muerto en combate?
Lo cierto es que ningún político convencional habría sobrevivido a uno solo de los ‘patinazos’ de Trump. Cualquiera del que hubiera algún registro diciendo que una presentadora de televisión es un cerdo gordo, como él dijo de Rosie O’Donnell hace algunos años, habría pasado lo que durara su campaña a la defensiva y habría caído en el primer asalto. A él eso le cosechó uno de los mayores aplausos en los debates de las primarias.
Como muy bien explica Scott Adams y como siempre decimos en este blog, Trump no es un candidato convencional, ni siquiera un político. Trump es un hombre de negocios y un maestro de la persuasión que juega en otra liga. Alguien que ha sabido no sólo salir vivo de todos sus escándalos en campaña y fuera de ella, sino utilizarlos de forma magistral para darse publicidad, ganar terreno y cargarse (o ganarse si le convenía) a todos y cada uno de sus rivales, ya fueran políticos o mediáticos. A estas alturas, todos ven que no pueden pararle los pies, pero nadie sabe por qué.
Y ahí está precisamente la respuesta a por qué Hillary y los medios de comunicación se están cebando tanto con sus simpatizantes y sus votantes. Si Trump no es un payaso con suerte (ha ganado demasiadas batallas como para que esta idea siga teniendo sentido en la mente de nadie) y a ti no te da la gana de admitir que te ha estado tomando el pelo porque en realidad es mucho más inteligente que tú, la única explicación que queda es que sus seguidores son tontos o están locos. O peor aún, son malas personas.
¿Cuál es el problema de todo esto? Que la idea de que medio EE.UU. se haya vuelto loco en un año y medio también es inconcebible (aunque probablemente es verdad, no locos, pero sí hipnotizados por sus dotes persuasivas). Por eso el New York Times centra sus ataques en la gente que va a sus mítines o en el «americano blanco enfadado» y Hillary Clinton habla de una «mitad» de sus simpatizantes que es «deplorable» y otra que se ha dejado engañar.
Indirectamente, esta campaña de ataques tan personales y tan directos que incluyen ya hasta los votantes, sumada a la 'nueva' estrategia del candidato republicano de moderarse (entrecomillo lo de nueva porque estoy convencido de que Trump tenía planeado rebajar el tono en la recta final de la campaña desde el principio), está haciendo que se cambien las tornas, y mientras él parece cada vez más compasivo y presidencial, ella empieza a parecer la candidata fanática.
En una serie de televisión, Donald Trump sería ese malo malísimo al que sin saber por qué no puedes dejar de admirar y del que esperas que en algún momento sufra una catarsis y se haga bueno. La gente adora este tipo de cambios en las personas. Fijaos por dónde, de repente él se está transformando.