miércoles, 5 de octubre de 2016
El error de Tim Kaine
Tim Kaine empezó con desventaja. Su sola imagen ya es un hándicap para él. Esa cara de vendedor de coches usados, esa voz irritante, esa actitud de graciosillo de la clase que cae bien a todos sus compañeros, pero que nunca será elegido como capitán del equipo de fútbol. En frente, Mike Pence, que tiene pinta de trabajar para el Ejército. Lo dicho, Kaine lo tenía más difícil. Pero podía haber hecho algo. ¿Cuál fue su error?
Partamos de la siguiente premisa: lo que se celebra el 8 de noviembre en EEUU no son unas elecciones al uso entre dos candidatos presidenciales. Lo que se celebra es un referéndum entre el establishment y el anti-establishment. O más concretamente, entre Trump y todo lo demás. La pregunta sería «Trump sí o Trump no».
Según las encuestas y viendo lo que pasó en las primarias tanto del Partido Demócrata como del GOP, está claro que la gran mayoría de la población de EEUU quiere que las cosas cambien. Sin embargo, muchos ven el cambio que encarna Donald Trump como algo demasiado arriesgado, casi como un cambio régimen. Ésa es la película que han construido los votantes en su cabeza y en función de la cual se decantarán por una u otra opción. El que esté dispuesto a asumir ese riesgo le votará sin problemas. El que tenga dudas, se quedará en casa, seguirá buscando una excusa para votarle o votará a Hillary como mal menor. Y el que no quiera asumir ningún riesgo, votará a Hillary sí o sí.
En este sentido, la misión de Mike Pence en el cara a cara de ayer era tranquilizar a esa gran mayoría de americanos que se mueren de ganas de darle una patada a Washington pero que aún no se atreven a votar a alguien como Trump. Y cumplió su objetivo con nota. ¿Cómo? Mostrando que Trump tiene a alguien a su lado que puede compensar ese riesgo. Alguien serio, tranquilo y con experiencia que aún así ha decidido apoyarle y del que Trump puede aprender a ser mejor político.
Para contrarrestar esto, lo que tenía que haber hecho Tim Kaine era dejar a Trump en un segundo plano y centrar el grueso de sus ataques en el propio Mike Pence, intentando convencer al espectador de que él también es un agente de riesgo. Y aunque de alguna manera lo intentó, buscando sacarle de sus casillas con todas esas interrupciones, finalmente se quedó con las ganas por la paciencia y la serenidad del republicano, que, a diferencia de Trump en su debate con Clinton, no picó ninguno de los anzuelos.
El error de Kaine fue centrarse en Trump y limitarse a repetir como un loro las mismas cosas que el votante americano lleva oyendo de él desde hace un año y medio, cosas que ya no le sorprenden, cuando lo que tenía que haber hecho era intentar desprestigiar la imagen del propio Pence. Hacer que los votantes que quieren cambio pero no quieren mucho riesgo –es decir la mayoría– no tengan dónde agarrarse, salvo en Hillary o quedándose en casa.
En condiciones normales, los debates entre vicepresidentes apenas mueven votos. Pero en este ciclo electoral, en el que a la mayoría sólo le hace falta una excusa para darle en las narices a Washington, las cosas son muy distintas. Ayer Mike Pence encarnó esa excusa. Y además reforzó la idea de que, a pesar de su carácter impulsivo, Trump tiene mejor criterio que Hillary para tomar decisiones importantes, esta vez, para elegir vicepresidente.
Mi predicción para el debate presidencial del domingo es que Trump adoptará un papel mucho más parecido al de Mike Pence que al que adoptó en su anterior cara a cara con Hillary. Sin interrumpir y sin entrar en el cuerpo a cuerpo cuando ésta le ponga un cebo. De esa manera, también mostrará que a pesar de las apariencias, es capaz de aprender y de dejarse guiar. Justo lo que quieren ver los votantes que aún siguen indecisos, si es que en realidad queda alguno.
martes, 27 de septiembre de 2016
Primer debate presidencial
Para saber quién ha ganado un debate cara a cara, basta con ver las reacciones de los seguidores de ambos participantes. Ayer, la reacción de los seguidores de Hillary Clinton fue de alegría, casi de euforia en el caso de la prensa, mientras que la de los seguidores de Donald Trump fue más bien de frustración y de que se podía haber hecho mucho más. Esto es un hecho innegable y ahí están los tuits de unos y otros para quien quiera comprobarlo. Por tanto, si alguien logró movilizar e insuflar ánimo en sus bases en un momento en el que su campaña hacía aguas por todas partes, ésa fue claramente Hillary.
¿Significa esto que vuelve a tener opciones de ganar la presidencia? No tan rápido. El principal objetivo de Trump ayer era aparcar su lado más polémico y actuar de forma presidencial, y esto es algo que logró con creces. Al igual que nadie que haya visto el debate salió con la sensación de que él había ganado, tampoco nadie salió con la sensación de haber visto a un candidato peligroso al que hay que mantener lejos del arsenal nuclear. En otras palabras, ayer se volvió a imponer la idea, esta vez ante decenas de millones de espectadores, de que Trump no es la caricatura monstruosa que los medios de comunicación han pintado de él durante un año y medio, sino un candidato tan válido como cualquier otro que simplemente no tuvo su mejor noche.
Veamos ahora cuál es el estado de ánimo de la población en Estados Unidos. Si nos guiamos por lo que dicen las encuestas y por lo que ocurrió en la temporada de primarias, la sociedad estadounidense está pidiendo a gritos un cambio de rumbo. La gente está harta no, lo siguiente, de Washington y su establishment. De ahí que un candidato hasta entonces desconocido y que además proclama con orgullo sus ideas socialistas como Bernie Sanders lograra poner en tantos aprietos a Hillary Clinton, hasta el punto de que en varios momentos de la carrera no estuvo nada claro quién sería el nominado demócrata.
Ayer Hillary se vendió perfectamente como una candidata con experiencia que domina el arte del debate político y que está muy preparada… para hacer más de lo mismo. Eso fue lo que percibió todo el mundo, y de hecho por eso la prensa quedó tan contenta tras verla. Era exactamente lo que querían ver y ella se lo dio con nota.
En frente, Donald Trump, alguien que a pesar de estar improvisando (su campaña remarcó mucho que no se había preparado el debate), en ningún momento provocó ningún temor en la audiencia. El monstruo que devora niños por las noches y juega con los códigos nucleares de día simplemente ayer no apareció por ninguna parte. Y así, mientras ella se burlaba de él y le trataba como un loco, un racista y un sexista, él se dirigía a ella como 'Secretaria Clinton'. Sus ideas pudieron gustar más o menos, pero ayer ya no daban miedo. Ayer sólo eran ideas diferentes. En un año de cambio.
Quedan dos debates en los que Trump puede mejorar y mostrar que ha crecido también como político. De hecho, gran parte de su estrategia de campaña ha consistido precisamente en eso, en mostrar que sabe evolucionar. En una película, sería ese villano al que sin saber por qué no puedes dejar de admirar y del que esperas que en algún momento sufra una catarsis y se pase al bando de los buenos. Los seres humanos adoramos este tipo de cambios en las personas. Como suele decir él, let's see what happens.
miércoles, 21 de septiembre de 2016
El Estado Islámico prefiere a Obama
Cuando Ronald Reagan llegó al poder, la filosofía de sus predecesores —incluido Richard Nixon— sobre qué hacer frente a la amenaza de la URSS había sido básicamente no hacer nada: política de apaciguamiento, contención y esperar que a los soviéticos no se les cruzaran los cables. En otras palabras, intentar convivir en armonía con su mayor enemigo.
La óptica de Reagan era muy distinta. Para él estaba muy claro que aquello era inviable, que ahí había una guerra, que había buenos y malos y que a la larga sólo iba a quedar uno. Y en función de eso actuó. De hecho, se cuenta que cuando un asesor suyo le preguntó qué haría si el Kremlin decidiera lanzar un ataque con misiles atómicos, él le dijo que respondería sin pensarlo dos veces aunque ello supusiera «el Armagedón».
Acabo de leer un artículo de Pablo Molina en 'elmedio' en el que sostiene que el Estado Islámico prefiere a Trump en la Casa Blanca porque su lenguaje incendiario contra los musulmanes ayudará a a este grupo a reclutar a más terroristas. No puedo estar más en desacuerdo.
Al igual que Reagan ante la URSS, Trump tiene claro que aquí hay una guerra entre Occidente y una ideología totalitaria y que los occidentales somos los buenos y los islamistas radicales los malos, sin matices. Por tanto, sólo puede quedar uno. La historia nos demuestra que ésta es la única filosofía válida para ganar una guerra. El resto es eternizar conflictos hasta que uno de los enemigos irreconciliables cae por agotamiento, y para ello pueden pasar décadas, e incluso siglos.
Las guerras no se libran sólo en el terreno de combate. La lucha importante, la que decide quién gana y quién pierde, es la psicológica. Cuando Reagan llegó al poder, las élites políticas y militares de EE.UU. estaban asustadas. No se fiaban de lo que pudiera hacer ese «cowboy de Hollywood» con los códigos nucleares. E incluso Nixon fue a hacerle una visita a la Casa Blanca para intentar convencerle de que moderara su retórica anti-soviética, argumentando que eso podría provocar una Tercera Guerra Mundial.
Sobra decir que Reagan no le hizo ni caso. Y no se lo hizo porque estaba convencido de que para persuadir a la URSS (y a cualquier otro enemigo) de que EE.UU. iba en serio, lo primero era demostrarles que EE.UU. creía en sí mismo y en lo que hacía. Y para eso primero tenía que demostrar que estaba dispuesto a todo, incluso a una guerra nuclear, para hacer prevalecer su modelo de sociedad. Después de todo, ellos eran los buenos. Y sus enemigos, los malos. Paralelamente, rearmó y mejoró a su ejército como nunca se había visto y recuperó el espíritu patriótico americano que sus predecesores habían aparcado en aras del amor, la paz y el buenismo.
En poco tiempo, Reagan había ganado la guerra fría sin siquiera tener que apretar el gatillo. Simplemente se había disfrazado de cowboy y le había dicho al forajido que tenía hasta que él contara a tres para salir corriendo. Y el forajido, al ver el arsenal y la determinación del cowboy, se fue corriendo y no volvió jamás.
La filosofía de Donald Trump contra el islamismo radical es exactamente la misma. Lo que le está diciendo al enemigo es: 1) Que aquí no valen equidistancias, que EE.UU. es lo mejor que hay sobre la Tierra y que por nada del mundo piensa renunciar a eso, ni siquiera un poquito; y 2) Que cuando él sea presidente, se olviden de jugar al gato y al ratón, que él tiene muy claro que sólo va a quedar uno, que va a ser él y que no le importa si para ello tiene que pasarse por el forro la Convención de Ginebra.
Con esto, Trump no está diciendo que vaya a hacer todo eso, pero sí que puede hacerlo y que no dudará en hacerlo si lo cree necesario, sean cuales sean las consecuencias. ¿Por qué? Principalmente, para asustar al enemigo, desmoralizar a sus seguidores, hacer que empiecen a pelearse entre ellos y hacerles creer que los primeros interesados en acabar esta guerra son ellos mismos. Después de todo, EE.UU. tiene poder real para borrar al Estado Islámico del mapa en menos de una hora. Ellos, en cambio, tienen hachas y cuchillos. Trump simplemente les está diciendo que la broma se ha terminado. Y lo está haciendo aplicando la misma filosofía que aplica a sus negocios y que explica él mismo en su libro ‘El arte de vender’:
Sostener que la supuesta retórica anti-musulmana de Trump beneficia al ISIS no sólo no es verdad, sino que en el fondo le da la razón al propio Trump. Porque si a un musulmán le bastan simples ofensas verbales como excusa para a afiliarse a la brutalidad del Estado Islámico, el problema lo tiene ese musulmán, no quien le ha ofendido. Y por tanto ese musulmán sobra.
¿Cuál es el problema? Que con líderes como Obama o como los que nos representan en Europa, personajes que se pasan la vida pidiendo perdón al mundo por sus fallos en vez de plantar cara a los demás por los suyos infinitamente peores, nadie, ni los musulmanes ni el resto, se va a creer que nuestro sistema es mejor y más ventajoso. Y entonces cada vez más musulmanes se afiliarán al ISIS y a sus sucedáneos, y nosotros nos haremos cada vez más débiles.
El ser humano, como todo animal sociable, necesita líderes fuertes que sepan defender su territorio, líderes en los que poder mirarse. Y si no los encuentra en un sitio, los buscará en otro. Es de ahí de donde el ISIS y el resto de organizaciones terroristas sacan a sus militantes, no de gente que simplemente se siente ofendida o maltratada por Occidente. Cuando ven que los regímenes de los que vienen son débiles y que Occidente no hace ni el esfuerzo de reivindicarse a sí mismo, sino que se tira piedras sobre su propio tejado, es lógico que muchos pierdan la confianza en que puede haber un modelo de sociedad mejor. «Si ni ellos están contentos con lo que tienen y aquí se trata de elegir bando, prefiero unirme al macho alfa, el que defiende sus valores con fuerza, por espantosos que sean sus métodos, y el que cree en sí mismo por encima de todo».
La administración Obama no ha podido contribuir más a esta espiral diabólica, bloqueando cualquier posibilidad de mejora en Oriente Medio y poniendo a su país y a todo Occidente en una posición de extrema debilidad. El último ejemplo lo vimos ayer en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, donde dedicó la mitad de su intervención a implorar a cuatro matones sanguinarios que dejaran de portarse mal y la otra mitad a decir que EE.UU. tampoco es perfecto, que ellos también tienen problemas con sus tensiones raciales y su crispación política. ¿A quién se le ocurre alardear de sus debilidades en la cara de su enemigo? Por si fuera poco, y en un gesto de irresponsabilidad sin precedentes en un presidente americano, utilizó este foro internacional para atacar a un rival interno, en una sala en la que había un buen número de dictadores y enemigos de EE.UU. que gracias a ese discurso ya saben que si Donald Trump gana las elecciones, cuentan con el permiso moral de Obama para ir contra él.
La historia ha demostrado que el apaciguamiento y el buenismo sólo envalentonan al enemigo. Si te ven débil, te atacan. Si te ven fuerte, te respetan. Obama ha sido un presidente muy débil, incapaz de imponer respeto en el mundo. Sus aliados europeos, que son aún más débiles que él, sólo le han utilizado para hacerse fotos de cara a quedar bien con sus propios votantes, mientras los demás no han parado de reírse de él. En Cuba ni siquiera fueron a recibirle al aeropuerto, en China no le pusieron una escalera para bajar del avión y hasta un mindundi como el presidente de Filipinas le ha llamado «hijo de puta» en público (y para colmo va él y a los dos días le da un apretón de manos). Por su parte, Rusia ha invadido Crimea como ha querido. Y el islamismo radical está desatado, por mucho que algunos se empeñen en ver lo contrario.
Tengo claro que Hillary Clinton sería mucho mejor comandante en jefe que Obama. Al menos sabría imponer respeto en el exterior. El problema es que no la veo capaz de devolverle la autoestima a Occidente. No tiene ni la convicción, ni la valentía, ni el carisma para vender que nuestro modelo de sociedad le da mil vueltas al resto. Y por otra parte, su manera de imponer respeto nunca tiene en cuenta la arista psicológica del conflicto. Ella directamente suelta los F-16 y a ver qué pasa. Ahí tenemos Libia, Siria e Irak, un caos total porque además ni siquira se ha atrevido a acabar el trabajo. Por lo visto, invadir a tu enemigo es políticamente incorrecto.
Y ahora parece que también busca pelea con Rusia. La verdad, prefiero un enfoque como el de Reagan y Trump: convencer a los malos de que o se disuelven y entregan las armas o vas con todo. El resto es poner en peligro a tu población eternizando un conflicto que nunca se va a acabar.
La óptica de Reagan era muy distinta. Para él estaba muy claro que aquello era inviable, que ahí había una guerra, que había buenos y malos y que a la larga sólo iba a quedar uno. Y en función de eso actuó. De hecho, se cuenta que cuando un asesor suyo le preguntó qué haría si el Kremlin decidiera lanzar un ataque con misiles atómicos, él le dijo que respondería sin pensarlo dos veces aunque ello supusiera «el Armagedón».
Acabo de leer un artículo de Pablo Molina en 'elmedio' en el que sostiene que el Estado Islámico prefiere a Trump en la Casa Blanca porque su lenguaje incendiario contra los musulmanes ayudará a a este grupo a reclutar a más terroristas. No puedo estar más en desacuerdo.
Al igual que Reagan ante la URSS, Trump tiene claro que aquí hay una guerra entre Occidente y una ideología totalitaria y que los occidentales somos los buenos y los islamistas radicales los malos, sin matices. Por tanto, sólo puede quedar uno. La historia nos demuestra que ésta es la única filosofía válida para ganar una guerra. El resto es eternizar conflictos hasta que uno de los enemigos irreconciliables cae por agotamiento, y para ello pueden pasar décadas, e incluso siglos.
Las guerras no se libran sólo en el terreno de combate. La lucha importante, la que decide quién gana y quién pierde, es la psicológica. Cuando Reagan llegó al poder, las élites políticas y militares de EE.UU. estaban asustadas. No se fiaban de lo que pudiera hacer ese «cowboy de Hollywood» con los códigos nucleares. E incluso Nixon fue a hacerle una visita a la Casa Blanca para intentar convencerle de que moderara su retórica anti-soviética, argumentando que eso podría provocar una Tercera Guerra Mundial.
Sobra decir que Reagan no le hizo ni caso. Y no se lo hizo porque estaba convencido de que para persuadir a la URSS (y a cualquier otro enemigo) de que EE.UU. iba en serio, lo primero era demostrarles que EE.UU. creía en sí mismo y en lo que hacía. Y para eso primero tenía que demostrar que estaba dispuesto a todo, incluso a una guerra nuclear, para hacer prevalecer su modelo de sociedad. Después de todo, ellos eran los buenos. Y sus enemigos, los malos. Paralelamente, rearmó y mejoró a su ejército como nunca se había visto y recuperó el espíritu patriótico americano que sus predecesores habían aparcado en aras del amor, la paz y el buenismo.
En poco tiempo, Reagan había ganado la guerra fría sin siquiera tener que apretar el gatillo. Simplemente se había disfrazado de cowboy y le había dicho al forajido que tenía hasta que él contara a tres para salir corriendo. Y el forajido, al ver el arsenal y la determinación del cowboy, se fue corriendo y no volvió jamás.
La filosofía de Donald Trump contra el islamismo radical es exactamente la misma. Lo que le está diciendo al enemigo es: 1) Que aquí no valen equidistancias, que EE.UU. es lo mejor que hay sobre la Tierra y que por nada del mundo piensa renunciar a eso, ni siquiera un poquito; y 2) Que cuando él sea presidente, se olviden de jugar al gato y al ratón, que él tiene muy claro que sólo va a quedar uno, que va a ser él y que no le importa si para ello tiene que pasarse por el forro la Convención de Ginebra.
Con esto, Trump no está diciendo que vaya a hacer todo eso, pero sí que puede hacerlo y que no dudará en hacerlo si lo cree necesario, sean cuales sean las consecuencias. ¿Por qué? Principalmente, para asustar al enemigo, desmoralizar a sus seguidores, hacer que empiecen a pelearse entre ellos y hacerles creer que los primeros interesados en acabar esta guerra son ellos mismos. Después de todo, EE.UU. tiene poder real para borrar al Estado Islámico del mapa en menos de una hora. Ellos, en cambio, tienen hachas y cuchillos. Trump simplemente les está diciendo que la broma se ha terminado. Y lo está haciendo aplicando la misma filosofía que aplica a sus negocios y que explica él mismo en su libro ‘El arte de vender’:
«Lo peor que puedes hacer cuando intentas cerrar un trato es parecer desesperado por cerrarlo. Eso hace que la otra parte huela la sangre, y entonces estás muerto. Lo que tienes que hacer es mostrar fortaleza, no bajarte nunca del burro y hacer creer al otro que es él quien necesita cerrar el trato».
Sostener que la supuesta retórica anti-musulmana de Trump beneficia al ISIS no sólo no es verdad, sino que en el fondo le da la razón al propio Trump. Porque si a un musulmán le bastan simples ofensas verbales como excusa para a afiliarse a la brutalidad del Estado Islámico, el problema lo tiene ese musulmán, no quien le ha ofendido. Y por tanto ese musulmán sobra.
¿Cuál es el problema? Que con líderes como Obama o como los que nos representan en Europa, personajes que se pasan la vida pidiendo perdón al mundo por sus fallos en vez de plantar cara a los demás por los suyos infinitamente peores, nadie, ni los musulmanes ni el resto, se va a creer que nuestro sistema es mejor y más ventajoso. Y entonces cada vez más musulmanes se afiliarán al ISIS y a sus sucedáneos, y nosotros nos haremos cada vez más débiles.
El ser humano, como todo animal sociable, necesita líderes fuertes que sepan defender su territorio, líderes en los que poder mirarse. Y si no los encuentra en un sitio, los buscará en otro. Es de ahí de donde el ISIS y el resto de organizaciones terroristas sacan a sus militantes, no de gente que simplemente se siente ofendida o maltratada por Occidente. Cuando ven que los regímenes de los que vienen son débiles y que Occidente no hace ni el esfuerzo de reivindicarse a sí mismo, sino que se tira piedras sobre su propio tejado, es lógico que muchos pierdan la confianza en que puede haber un modelo de sociedad mejor. «Si ni ellos están contentos con lo que tienen y aquí se trata de elegir bando, prefiero unirme al macho alfa, el que defiende sus valores con fuerza, por espantosos que sean sus métodos, y el que cree en sí mismo por encima de todo».
La administración Obama no ha podido contribuir más a esta espiral diabólica, bloqueando cualquier posibilidad de mejora en Oriente Medio y poniendo a su país y a todo Occidente en una posición de extrema debilidad. El último ejemplo lo vimos ayer en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, donde dedicó la mitad de su intervención a implorar a cuatro matones sanguinarios que dejaran de portarse mal y la otra mitad a decir que EE.UU. tampoco es perfecto, que ellos también tienen problemas con sus tensiones raciales y su crispación política. ¿A quién se le ocurre alardear de sus debilidades en la cara de su enemigo? Por si fuera poco, y en un gesto de irresponsabilidad sin precedentes en un presidente americano, utilizó este foro internacional para atacar a un rival interno, en una sala en la que había un buen número de dictadores y enemigos de EE.UU. que gracias a ese discurso ya saben que si Donald Trump gana las elecciones, cuentan con el permiso moral de Obama para ir contra él.
La historia ha demostrado que el apaciguamiento y el buenismo sólo envalentonan al enemigo. Si te ven débil, te atacan. Si te ven fuerte, te respetan. Obama ha sido un presidente muy débil, incapaz de imponer respeto en el mundo. Sus aliados europeos, que son aún más débiles que él, sólo le han utilizado para hacerse fotos de cara a quedar bien con sus propios votantes, mientras los demás no han parado de reírse de él. En Cuba ni siquiera fueron a recibirle al aeropuerto, en China no le pusieron una escalera para bajar del avión y hasta un mindundi como el presidente de Filipinas le ha llamado «hijo de puta» en público (y para colmo va él y a los dos días le da un apretón de manos). Por su parte, Rusia ha invadido Crimea como ha querido. Y el islamismo radical está desatado, por mucho que algunos se empeñen en ver lo contrario.
Tengo claro que Hillary Clinton sería mucho mejor comandante en jefe que Obama. Al menos sabría imponer respeto en el exterior. El problema es que no la veo capaz de devolverle la autoestima a Occidente. No tiene ni la convicción, ni la valentía, ni el carisma para vender que nuestro modelo de sociedad le da mil vueltas al resto. Y por otra parte, su manera de imponer respeto nunca tiene en cuenta la arista psicológica del conflicto. Ella directamente suelta los F-16 y a ver qué pasa. Ahí tenemos Libia, Siria e Irak, un caos total porque además ni siquira se ha atrevido a acabar el trabajo. Por lo visto, invadir a tu enemigo es políticamente incorrecto.
Y ahora parece que también busca pelea con Rusia. La verdad, prefiero un enfoque como el de Reagan y Trump: convencer a los malos de que o se disuelven y entregan las armas o vas con todo. El resto es poner en peligro a tu población eternizando un conflicto que nunca se va a acabar.
miércoles, 14 de septiembre de 2016
Por qué Trump da tanto miedo
Mucha gente cree que con Trump el mundo va a ser un sitio más peligroso. Yo creo que va a ser un sitio mucho más divertido. Primero, porque no creo que alguien que ha desarrollado su carrera profesional con tanto éxito en tantos ámbitos de repente se haya vuelto loco a los 70 años. Eso no tiene sentido. Nadie pierde el juicio así porque sí de la noche a la mañana. Y Trump, hasta su entrada en la carrera presidencial, era una figura básicamente respetada y querida en EE.UU., en especial por las minorías. Entonces, ¿por qué a algunos les da tanto miedo?
Donald Trump utiliza una técnica negociadora que consiste en lanzar una primera oferta muy agresiva para luego ir bajando hasta llegar a lo que en realidad era su objetivo. Así consigue que a la hora de cerrar un trato, la contraparte negociadora crea que los dos han cedido. Lo explica él mismo en sus libros y lo ha contado en entrevistas. No es un secreto. Tampoco es raro ver esto en los negocios o en la política —de hecho es lo habitual—, sólo que Trump lo lleva al extremo. Y lo lleva al extremo porque le funciona, porque como ha demostrado en la campaña, consigue convencer a la gente de que no tiene problema en llegar hasta las últimas consecuencias. ¿Cómo? Rectificando sólo cuando él quiere —no cuando se lo piden, en ese caso suele redoblar la oferta— y no pidiendo nunca perdón.
Por ejemplo, en inmigración, su oferta inicial era construir un muro gigante en la frontera con Méjico y deportar a 11 millones de sin papeles. Sin embargo, a lo largo de la campaña esta oferta ha ido variando. Ahora ya no habla de expulsar a todos los ilegales, sino que se centra en que hay que deshacerse de los criminales y delincuentes. Obviamente, Trump aún no puede decir que el resto podrán quedarse. Eso causaría un efecto llamada y le restaría votos. Pero sí ha empezado a matizar que hay casos y casos, que endurecerá los exámenes para obtener la ciudadanía y que, en todo caso, en su momento ya se verá. Objetivo inicial (que la gente acepte que hay que expulsar a los delincuentes en vez de hacerse cargo de ellos hasta que mueran) conseguido.
Con el muro pasa tres cuartos de lo mismo. Su primera oferta fue que construiría un muro gigantesco y que Méjico se haría cargo de la factura. En un primer momento, Méjico dijo que ese muro no vería la luz. Ahora ya lo acepta, pero sostiene que no lo piensa pagar. Veremos cómo acaba, pero Méjico tendrá que hacer concesiones en la renegociación de sus tratados de libre comercio si no quiere que Trump se lleve todas las empresas americanas que se han establecido en su territorio (o por lo menos esto es lo que Trump hará creer a los líderes mejicanos). Aunque esto no es todo. También tiene que convencer al Congreso para que apruebe la construcción de ese muro. ¿Cómo? De nuevo, haciéndole creer que ha cedido en algo. Por ejemplo, en que a cambio él retirará la idea de deportar a 11 millones de personas, algo que obviamente ni se le ha pasado por la cabeza llevar a cabo, pues como digo no está loco, sino que simplemente negocia de forma muy agresiva. Win-win.
Otro de los argumentos en contra de Trump es que es un maniaco egocéntrico que no se deja guiar por nadie, que no escucha a los expertos y que, en consecuencia —cómo no— va a poner al mundo en peligro. ¿De verdad? Observemos más detenidamente. ¿Alguien conoce a algún líder político que no tenga un altísimo concepto de sí mismo? Otra cosa es que finjan y se auto-humillen porque creen que así conectan con el votante, ¿pero de verdad alguien cree que Hillary Clinton es una persona humilde? Además, ¿qué ha hecho Trump a lo largo de su campaña cada vez que los números y las encuestas iban para abajo? Voilà: despedir a su director de campaña. Sin pestañear. ¿Qué nos indica esto? Que Trump se toma en serio a los expertos, y que cuando éstos no hacen bien su trabajo, en este caso mantener o aumentar sus números en las encuestas, los sustituye sin pensarlo dos veces.
Veamos ahora qué hace su rival ante las recomendaciones de sus expertos. Como todos sabéis, este fin de semana, durante el aniversario del 11-S, Hillary se desmayó ante las cámaras, al parecer a causa de una neumonía. ¿Por qué le pasó esto? Básicamente, porque ignoró la recomendación de su médico de que tenía que tomarse unos días de descanso. Si Hillary, con tal de recaudar unos pocos fondos y ganar unos pocos votos, es capaz de ignorar de esta manera a alguien que sabe mucho más que ella en un tema que afecta a su propia salud, ¿qué no hará si cree que tiene que bombardear un país para mejorar su popularidad, a pesar de que los generales le digan que no es buena idea? De hecho, la ex secretaria de Estado es famosa por su tendencia a apoyar guerras o soltar los F-16.
¿Quién parece ahora más peligroso?
A Trump también se le acusa de ser un inútil, pero tendría que ser un inútil muy listo cuando ha triunfado en todo lo que se ha propuesto, desde los negocios a la política, pasando por la industria del entretenimiento y la televisión. Y sí, ha tenido algunas quiebras, pero siendo honestos son mínimas en comparación con su volumen de negocios. Además, han sido gestionadas de tal manera que tampoco han afectado al resto de la marca. Todo lo contrario que Hillary, que cuando no está envuelta en un escándalo de corrupción, lo está en la mala gestión de una guerra. O de su servidor de correo electrónico. O de una gripe. En resumen, mientras Trump da la sensación de superar siempre las expectativas, ella siempre parece que se queda por debajo. El ejemplo más reciente son las primarias, donde nadie apostaba un duro por él y todos daban por hecho que lo de ella sería un paseo triunfal. Al final, Trump se merendó a 16 rivales y ella se las vio tiesas para vencer a un completo desconocido.
¿Por qué creo que Trump hará del mundo un sitio más divertido? Es simple, su autenticidad es entretenida. Ni el más furibundo militante anti-Trump puede evitar sonreir cuando dice una de las suyas. Y como ya he dicho, cuando le pillas el chip no da ningún miedo. Sabes que no se va a meter en líos con nadie que no intente meterle en líos a él. Si tú no le atacas, él no te ataca. Si le tratas bien, él te trata aún mejor. Eso es todo lo que tienen que saber Rusia, China, Irán y cualquier otra potencia que intente perjudicar a EE.UU. Eso es lo que él quiere transmitir cada vez que se mete con el New York Times, la CNN o algún republicano díscolo ávido de atención mediática: si me golpeas, que sepas que yo te devolveré el golpe por tres. No haré como esos políticos que por delante ponen una cara y por detrás te la clavan. Así que ándate con ojo. Y a los demás, disfruten del espectáculo.
lunes, 12 de septiembre de 2016
Game over
No veremos a una presidenta de EE.UU. Al menos no durante los próximos cuatro años. Si había alguna posibilidad de que Hillary Clinton se sacara un as de la manga y ganara las elecciones, ayer se esfumó por completo. El vídeo en el que se desmaya tras ser forzada a abandonar el homenaje en el aniversario del 11-S es demoledor. No sólo por las propias imágenes, que ya de por sí acabarían con la carrera política de cualquiera —sobre todo en la recta final de una campaña electoral, y sobre todo en EE.UU.—, sino por toda la carga simbólica que las precede. Este tuit refleja muy bien lo que se ha grabado en el cerebro de todo el mundo tras ver a Clinton desmayarse y ser atendida en el mismo punto exacto en el que la capital de Occidente sufrió el peor ataque de su historia hace quince años.
El resto es humo. No importa si el desmayo se debió a un golpe de calor, como se dijo por la mañana, a una neumonía, como se afirmó más tarde, o porque simplemente estaba cansada o se encontraba mal (en mi opinión la hipótesis más creíble). La sola imagen de la caída es letal para su marca, y más en ese país. Ver desmayarse de esa manera a una persona que se está vendiendo como la candidata ideal para ser comandante en jefe de la primera potencia militar, nada menos que en el lugar donde hace quince años perdieron la vida miles de personas en un ataque sin precedentes, sugiere cualquier cosa menos madera presidencial.
Capítulo a parte merece la reacción de la prensa, siempre dispuesta a salir al rescate de cualquier controversia que afecte a su candidata (justo lo contrario que hacen con Trump, a quien atacan a la mínima oportunidad y con lo que sea). Ayer era cómico ver a tantos corresponsales españoles en EE.UU. encendiendo el ventilador para desviar la atención e intentar quitarle hierro al asunto. Desde equiparar este episodio a otro vivido por George W. Bush una vez que se atragantó con una galleta a pedir que Trump enseñe su historial médico (como si el votante necesitara ver los antecedentes de alguien que celebra dos o tres mítines diarios sin soltar una gota de sudor), todo sonaba ciertamente ridículo. Y es que de pronto, la misma prensa que lleva meses descartando como teorías conspirativas cualquier duda sobre la salud de Hillary Clinton, a pesar de los numerosos indicios, nos decía que ahora sí podemos especular con la salud de los candidatos. Eso sí, con la de los dos, no vaya a ser que parezca que su favorita es la única que no está en forma.
Por supuesto, con esto, el equipo propagandístico de Clinton (no vale la pena seguir llamándoles periodistas) también intentaba convertir el caso del desmayo en una cuestión de falta de transparencia. «Hillary tenía que haber hecho pública su neumonía desde el principio. Y Trump tiene que enseñar su historial médico. Y de paso, su declaración de impuestos», dijeron. Como si ése fuera el problema.
La realidad es que no importa si Clinton ocultó que tenía una neumonía (versión que tampoco ha intentado contrastar nadie a pesar de que ha cambiado tres veces en una semana, primero una alergia, luego un golpe de calor y ahora esto), sino la imagen del desmayo en sí, ahí, en plena zona cero. Porque no estamos ante una cuestión de transparencia o de cuán grave sea la supuesta enfermedad de Hillary. Todo EE.UU. sabe que los dos candidatos presidenciales mienten y que lo hacen de manera continua y sistemática. El votante ha vivido mucho y cuenta con que todos los políticos mienten. Algo así no le va a abrir los ojos. Lo que estamos es ante una cuestión simbólica. Y como digo, ver a una potencial presidenta desplomarse en el lugar en el que hace quince años se desplomaron las torres gemelas evoca cualquier cosa menos sensación de seguridad. No importa si te gusta Hillary o no, la parte inconsciente de tu cerebro lo va a ver así por mucho que tú no quieras, y más si vives en un país que invierte la mitad de su presupuesto en defensa.
Por eso ayer era gracioso ver a gente como Michael Moore dirigiéndose a Clinton a través de Twitter para decirle que no se preocupe, que se tome una o dos semanas de descanso y que ya se encargan de todo él y sus seguidores. No se me ocurre nada más descabellado y menos útil para intentar ayudarla. Porque sí, puede sonar muy bonito, «stronger together» y todo eso, ¿pero a quién le puede hacer gracia tener un presidente que necesita ser atendido por sus ciudadanos en lugar de ser él quien los atiende y lidera?
Y esto no fue lo peor. Otros intentaban desviar la cuestión diciendo que Hillary había demostrado mucho coraje al atender un homenaje a las víctimas aún estando gravemente enferma. «Es lo que hacen las mujeres», dijo una tuitera. Qué entrañable, si no fuera porque ese punto de vista sólo refuerza otra de las líneas de ataque de Donald Trump, la de que su rival no tiene buen juicio (la primera es que le falta energía). Y es que si ése fuera el caso, ¿no habría sido más sensato seguir los consejos del médico y quedarse en casa descansando? ¿Contradecirá igual Clinton a los expertos en otras materias cuando tenga que tomar decisiones que afecten al resto de ciudadanos? Éstas son las conexiones que hace nuestro subconsciente cuando ve este tipo de cosas, aunque no nos enteremos.
Supongo que este incidente no se reflejará en las encuestas de forma inmediata. Incluso puede que por lástima o simpatía le dé algunos puntos extra a Hillary en las próximas dos semanas. Pero el 8 de noviembre, el día que los estadounidenses voten en la intimidad de una cabina electoral, pocos van a tener ganas de entregar su papeleta a alguien que parece incapacitado físicamente para liderarles y protegerles. Después de todo y como decimos siempre en este blog, el ser humano toma todas sus decisiones en base a sus emociones, aunque luego las racionalice a su medida. De hecho por eso Trump produce ese miedo irracional en algunos. El problema es que Hillary ya no es materia presidencial. Esto es game over.
«Si Hillary no puede hacer frente a una ceremonia del 11-S, ¿cómo se supone que va a hacer frente a un 11-S de verdad? |
El resto es humo. No importa si el desmayo se debió a un golpe de calor, como se dijo por la mañana, a una neumonía, como se afirmó más tarde, o porque simplemente estaba cansada o se encontraba mal (en mi opinión la hipótesis más creíble). La sola imagen de la caída es letal para su marca, y más en ese país. Ver desmayarse de esa manera a una persona que se está vendiendo como la candidata ideal para ser comandante en jefe de la primera potencia militar, nada menos que en el lugar donde hace quince años perdieron la vida miles de personas en un ataque sin precedentes, sugiere cualquier cosa menos madera presidencial.
Capítulo a parte merece la reacción de la prensa, siempre dispuesta a salir al rescate de cualquier controversia que afecte a su candidata (justo lo contrario que hacen con Trump, a quien atacan a la mínima oportunidad y con lo que sea). Ayer era cómico ver a tantos corresponsales españoles en EE.UU. encendiendo el ventilador para desviar la atención e intentar quitarle hierro al asunto. Desde equiparar este episodio a otro vivido por George W. Bush una vez que se atragantó con una galleta a pedir que Trump enseñe su historial médico (como si el votante necesitara ver los antecedentes de alguien que celebra dos o tres mítines diarios sin soltar una gota de sudor), todo sonaba ciertamente ridículo. Y es que de pronto, la misma prensa que lleva meses descartando como teorías conspirativas cualquier duda sobre la salud de Hillary Clinton, a pesar de los numerosos indicios, nos decía que ahora sí podemos especular con la salud de los candidatos. Eso sí, con la de los dos, no vaya a ser que parezca que su favorita es la única que no está en forma.
Por supuesto, con esto, el equipo propagandístico de Clinton (no vale la pena seguir llamándoles periodistas) también intentaba convertir el caso del desmayo en una cuestión de falta de transparencia. «Hillary tenía que haber hecho pública su neumonía desde el principio. Y Trump tiene que enseñar su historial médico. Y de paso, su declaración de impuestos», dijeron. Como si ése fuera el problema.
La realidad es que no importa si Clinton ocultó que tenía una neumonía (versión que tampoco ha intentado contrastar nadie a pesar de que ha cambiado tres veces en una semana, primero una alergia, luego un golpe de calor y ahora esto), sino la imagen del desmayo en sí, ahí, en plena zona cero. Porque no estamos ante una cuestión de transparencia o de cuán grave sea la supuesta enfermedad de Hillary. Todo EE.UU. sabe que los dos candidatos presidenciales mienten y que lo hacen de manera continua y sistemática. El votante ha vivido mucho y cuenta con que todos los políticos mienten. Algo así no le va a abrir los ojos. Lo que estamos es ante una cuestión simbólica. Y como digo, ver a una potencial presidenta desplomarse en el lugar en el que hace quince años se desplomaron las torres gemelas evoca cualquier cosa menos sensación de seguridad. No importa si te gusta Hillary o no, la parte inconsciente de tu cerebro lo va a ver así por mucho que tú no quieras, y más si vives en un país que invierte la mitad de su presupuesto en defensa.
Por eso ayer era gracioso ver a gente como Michael Moore dirigiéndose a Clinton a través de Twitter para decirle que no se preocupe, que se tome una o dos semanas de descanso y que ya se encargan de todo él y sus seguidores. No se me ocurre nada más descabellado y menos útil para intentar ayudarla. Porque sí, puede sonar muy bonito, «stronger together» y todo eso, ¿pero a quién le puede hacer gracia tener un presidente que necesita ser atendido por sus ciudadanos en lugar de ser él quien los atiende y lidera?
«Hillary: Necesitas descansar. Tómate una semana. Tómate dos. Déjanos al resto cargar el peso. Todos podemos hacer un poco. ¿Quién está conmigo? #YoTrabajoHillaryDescansa». |
Y esto no fue lo peor. Otros intentaban desviar la cuestión diciendo que Hillary había demostrado mucho coraje al atender un homenaje a las víctimas aún estando gravemente enferma. «Es lo que hacen las mujeres», dijo una tuitera. Qué entrañable, si no fuera porque ese punto de vista sólo refuerza otra de las líneas de ataque de Donald Trump, la de que su rival no tiene buen juicio (la primera es que le falta energía). Y es que si ése fuera el caso, ¿no habría sido más sensato seguir los consejos del médico y quedarse en casa descansando? ¿Contradecirá igual Clinton a los expertos en otras materias cuando tenga que tomar decisiones que afecten al resto de ciudadanos? Éstas son las conexiones que hace nuestro subconsciente cuando ve este tipo de cosas, aunque no nos enteremos.
«Oigo que Clinton estaba muy enferma y aún así se mantuvo al pie del cañón. Y mucha gente ni siquiera se ha dado cuenta porque eso es lo que hacen las mujeres». |
Supongo que este incidente no se reflejará en las encuestas de forma inmediata. Incluso puede que por lástima o simpatía le dé algunos puntos extra a Hillary en las próximas dos semanas. Pero el 8 de noviembre, el día que los estadounidenses voten en la intimidad de una cabina electoral, pocos van a tener ganas de entregar su papeleta a alguien que parece incapacitado físicamente para liderarles y protegerles. Después de todo y como decimos siempre en este blog, el ser humano toma todas sus decisiones en base a sus emociones, aunque luego las racionalice a su medida. De hecho por eso Trump produce ese miedo irracional en algunos. El problema es que Hillary ya no es materia presidencial. Esto es game over.
domingo, 11 de septiembre de 2016
Cómo convence Trump a la gente
Hoy os voy explicar cómo funciona el lenguaje de Trump y por qué, sin que nos demos cuenta, es tan efectivo y cala tan rápido en los votantes. Lo voy a hacer con este frase que escribió ayer en Twitter a cuenta de los insultos de Hillary Clinton a «la mitad» de sus seguidores.
Cómo veis, la frase tiene dos partes. En la primera afirma que Hillary ha dicho cosas horribles de sus seguidores. Y en la segunda dice que aunque sabe que muchos de los seguidores de ella nunca le votarán a él, él sí les respeta a todos ellos. Aunque parezca mentira, con esta simple frase acaba de convencer a todo el mundo de que Hillary Clinton es una persona que dice cosas horribles de los votantes republicanos.
¿Cómo lo ha hecho? Con un truco que consiste en hacer que la audiencia dé por hecho que es verdad la parte de la frase que quieres que dé por hecho mientras se pierde en el tema del que quieres que se hable, en este caso los insultos de los candidatos presidenciales a la gente que no les vota.
Cuando Trump dice que él respeta a todos los seguidores de Hillary, sabe que la respuesta natural de ella va a ser que eso no es verdad porque él ha insultado a muchas minorías y a las mujeres. Y de hecho, así es cómo Hillary le contestó exactamente en Twitter en un tuit que se hizo aún más viral que el de Trump. ¿Cuál es el problema? Que en esa respuesta, Hillary no niega que ella insulte a los seguidores de Trump, con lo cual implícitamente admite que sí lo hizo (y de hecho más tarde pidió perdón por ello).
Por tanto, tenemos que mientras que en la pregunta sobre si Trump insulta o no a los seguidores de Hillary hay un debate (los partidarios de Trump dirán que no insulta a las minorías, sino a los inmigrantes ilegales; ni a las mujeres, sino a algunas mujeres y también a algunos hombres, o que las minorías y las mujeres no votan necesariamente a Hillary) en la pregunta sobre si Hillary insulta a los votantes de Trump no hay debate: se da por hecho que es así. Ella misma lo ha admitido y hasta ha pedido perdón por ello. Victoria clara para Trump.
Como sabéis los que me leéis habitualmente, aquí o en Twitter, he seguido con mucha atención el fenómeno Trump y podría poner miles de ejemplos de la brillantez con la que utiliza constantemente este recurso. Sin ir más lejos, en su famosa frase sobre los «mejicanos violadores» cuando presentó su candidatura. Hasta entonces, la inmigración no formaba parte del debate político en EE.UU. y ninguno de los grandes partidos hacía campaña con este asunto. Entonces llegó él, dijo que muchos de los que cruzaban la frontera con Méjico eran delincuentes y violadores y se armó el belén. ¿Qué pasó en realidad? Que al centrarse el debate en si Trump hizo o no un comentario racista contra los mejicanos, todos los medios dieron por hecho que es verdad la parte de su discurso en la que la inmigración ilegal es mala y es un problema. Y de hecho lo que hicieron fue intentar sacar a los mejicanos de ese grupo, el de los inmigrantes ilegales, a los que ya todo el mundo veía como un problema, sobre todo entre las bases republicanas. Con esta maniobra tan simple logró imponer un tema nuevo en la agenda (el de la inmigración ilegal) y ganarlo automáticamente.
Otro ejemplo reciente, cuando llamó a Obama «fundador del ISIS». ¿Qué hizo el equipo de Clinton? Indignarse por lo que consideró un insulto y negar la mayor, diciendo que el ISIS nació en la etapa de Bush. ¿Qué consiguió Trump? Convencer a todo el mundo de que bajo la Administración Obama este grupo terrorista se ha hecho más fuerte. ¿No es brillante?
Cómo veis, la frase tiene dos partes. En la primera afirma que Hillary ha dicho cosas horribles de sus seguidores. Y en la segunda dice que aunque sabe que muchos de los seguidores de ella nunca le votarán a él, él sí les respeta a todos ellos. Aunque parezca mentira, con esta simple frase acaba de convencer a todo el mundo de que Hillary Clinton es una persona que dice cosas horribles de los votantes republicanos.
¿Cómo lo ha hecho? Con un truco que consiste en hacer que la audiencia dé por hecho que es verdad la parte de la frase que quieres que dé por hecho mientras se pierde en el tema del que quieres que se hable, en este caso los insultos de los candidatos presidenciales a la gente que no les vota.
Cuando Trump dice que él respeta a todos los seguidores de Hillary, sabe que la respuesta natural de ella va a ser que eso no es verdad porque él ha insultado a muchas minorías y a las mujeres. Y de hecho, así es cómo Hillary le contestó exactamente en Twitter en un tuit que se hizo aún más viral que el de Trump. ¿Cuál es el problema? Que en esa respuesta, Hillary no niega que ella insulte a los seguidores de Trump, con lo cual implícitamente admite que sí lo hizo (y de hecho más tarde pidió perdón por ello).
Por tanto, tenemos que mientras que en la pregunta sobre si Trump insulta o no a los seguidores de Hillary hay un debate (los partidarios de Trump dirán que no insulta a las minorías, sino a los inmigrantes ilegales; ni a las mujeres, sino a algunas mujeres y también a algunos hombres, o que las minorías y las mujeres no votan necesariamente a Hillary) en la pregunta sobre si Hillary insulta a los votantes de Trump no hay debate: se da por hecho que es así. Ella misma lo ha admitido y hasta ha pedido perdón por ello. Victoria clara para Trump.
Como sabéis los que me leéis habitualmente, aquí o en Twitter, he seguido con mucha atención el fenómeno Trump y podría poner miles de ejemplos de la brillantez con la que utiliza constantemente este recurso. Sin ir más lejos, en su famosa frase sobre los «mejicanos violadores» cuando presentó su candidatura. Hasta entonces, la inmigración no formaba parte del debate político en EE.UU. y ninguno de los grandes partidos hacía campaña con este asunto. Entonces llegó él, dijo que muchos de los que cruzaban la frontera con Méjico eran delincuentes y violadores y se armó el belén. ¿Qué pasó en realidad? Que al centrarse el debate en si Trump hizo o no un comentario racista contra los mejicanos, todos los medios dieron por hecho que es verdad la parte de su discurso en la que la inmigración ilegal es mala y es un problema. Y de hecho lo que hicieron fue intentar sacar a los mejicanos de ese grupo, el de los inmigrantes ilegales, a los que ya todo el mundo veía como un problema, sobre todo entre las bases republicanas. Con esta maniobra tan simple logró imponer un tema nuevo en la agenda (el de la inmigración ilegal) y ganarlo automáticamente.
Otro ejemplo reciente, cuando llamó a Obama «fundador del ISIS». ¿Qué hizo el equipo de Clinton? Indignarse por lo que consideró un insulto y negar la mayor, diciendo que el ISIS nació en la etapa de Bush. ¿Qué consiguió Trump? Convencer a todo el mundo de que bajo la Administración Obama este grupo terrorista se ha hecho más fuerte. ¿No es brillante?
Por qué Hillary insulta a los votantes de Trump
Hillary Clinton se refirió el otro día a la mitad de los simpatizantes de Trump como personas a las que habría que meter en «una cesta de deplorables sin remedio». No era la primera vez que lo hacía. Días antes, en una entrevista a una cadena israelí utilizó las mismas palabras, aunque no trascendió hasta ahora. Y hace algunas semanas dedicó un gran discurso a hablar de la «derecha alternativa» (Alt-Right) que supuestamente ha tomado el control del Partido Republicano, tildando a este grupo de racista, machista y demás adjetivos acabados en -ista.
¿Por qué de repente hace esto? ¿Por qué insulta a los votantes de Trump de manera tan directa? La explicación es algo más complicada de lo que parece, y no tiene nada que ver con que los odie por sus ideas o se haya vuelto maleducada. De hecho, por la forma tranquila de expresarlos, sus insultos parecen hasta graciosos. No, no es que de repente haya pensado que es buena idea atacar a parte de la población de EE.UU. en plena campaña electoral.
Lo que estamos viendo es un comportamiento instintivo que se resume en que, ahora mismo, ni Hillary ni sus palmeros se explican por qué Trump no está 20 ó 30 puntos por detrás de ella en las encuestas. Supuestamente, a estas alturas, Trump tendría que ser historia. El movimiento anti-Trump lleva tanto tiempo (concretamente desde el primer día) augurando su caída inminente que les resulta imposible entender qué hace todavía en la carrera presidencial. ¡Y nada menos que pisándole los talones a Clinton!
«Pero si Trump era un payaso y un candidato de broma, alguien que se presentaba por dar la nota. O porque se aburría en su casa. O para darse publicidad», pensaban todos. ¿Cuántas veces hemos oído en el último año y medio que el magnate no iba a salir vivo de sus insultos a las mejicanos, a las mujeres, a sus rivales en las primarias, a Obama y hasta a la familia de un soldado muerto en combate?
Lo cierto es que ningún político convencional habría sobrevivido a uno solo de los ‘patinazos’ de Trump. Cualquiera del que hubiera algún registro diciendo que una presentadora de televisión es un cerdo gordo, como él dijo de Rosie O’Donnell hace algunos años, habría pasado lo que durara su campaña a la defensiva y habría caído en el primer asalto. A él eso le cosechó uno de los mayores aplausos en los debates de las primarias.
Como muy bien explica Scott Adams y como siempre decimos en este blog, Trump no es un candidato convencional, ni siquiera un político. Trump es un hombre de negocios y un maestro de la persuasión que juega en otra liga. Alguien que ha sabido no sólo salir vivo de todos sus escándalos en campaña y fuera de ella, sino utilizarlos de forma magistral para darse publicidad, ganar terreno y cargarse (o ganarse si le convenía) a todos y cada uno de sus rivales, ya fueran políticos o mediáticos. A estas alturas, todos ven que no pueden pararle los pies, pero nadie sabe por qué.
Y ahí está precisamente la respuesta a por qué Hillary y los medios de comunicación se están cebando tanto con sus simpatizantes y sus votantes. Si Trump no es un payaso con suerte (ha ganado demasiadas batallas como para que esta idea siga teniendo sentido en la mente de nadie) y a ti no te da la gana de admitir que te ha estado tomando el pelo porque en realidad es mucho más inteligente que tú, la única explicación que queda es que sus seguidores son tontos o están locos. O peor aún, son malas personas.
¿Cuál es el problema de todo esto? Que la idea de que medio EE.UU. se haya vuelto loco en un año y medio también es inconcebible (aunque probablemente es verdad, no locos, pero sí hipnotizados por sus dotes persuasivas). Por eso el New York Times centra sus ataques en la gente que va a sus mítines o en el «americano blanco enfadado» y Hillary Clinton habla de una «mitad» de sus simpatizantes que es «deplorable» y otra que se ha dejado engañar.
Indirectamente, esta campaña de ataques tan personales y tan directos que incluyen ya hasta los votantes, sumada a la 'nueva' estrategia del candidato republicano de moderarse (entrecomillo lo de nueva porque estoy convencido de que Trump tenía planeado rebajar el tono en la recta final de la campaña desde el principio), está haciendo que se cambien las tornas, y mientras él parece cada vez más compasivo y presidencial, ella empieza a parecer la candidata fanática.
En una serie de televisión, Donald Trump sería ese malo malísimo al que sin saber por qué no puedes dejar de admirar y del que esperas que en algún momento sufra una catarsis y se haga bueno. La gente adora este tipo de cambios en las personas. Fijaos por dónde, de repente él se está transformando.
¿Por qué de repente hace esto? ¿Por qué insulta a los votantes de Trump de manera tan directa? La explicación es algo más complicada de lo que parece, y no tiene nada que ver con que los odie por sus ideas o se haya vuelto maleducada. De hecho, por la forma tranquila de expresarlos, sus insultos parecen hasta graciosos. No, no es que de repente haya pensado que es buena idea atacar a parte de la población de EE.UU. en plena campaña electoral.
Lo que estamos viendo es un comportamiento instintivo que se resume en que, ahora mismo, ni Hillary ni sus palmeros se explican por qué Trump no está 20 ó 30 puntos por detrás de ella en las encuestas. Supuestamente, a estas alturas, Trump tendría que ser historia. El movimiento anti-Trump lleva tanto tiempo (concretamente desde el primer día) augurando su caída inminente que les resulta imposible entender qué hace todavía en la carrera presidencial. ¡Y nada menos que pisándole los talones a Clinton!
«Pero si Trump era un payaso y un candidato de broma, alguien que se presentaba por dar la nota. O porque se aburría en su casa. O para darse publicidad», pensaban todos. ¿Cuántas veces hemos oído en el último año y medio que el magnate no iba a salir vivo de sus insultos a las mejicanos, a las mujeres, a sus rivales en las primarias, a Obama y hasta a la familia de un soldado muerto en combate?
Lo cierto es que ningún político convencional habría sobrevivido a uno solo de los ‘patinazos’ de Trump. Cualquiera del que hubiera algún registro diciendo que una presentadora de televisión es un cerdo gordo, como él dijo de Rosie O’Donnell hace algunos años, habría pasado lo que durara su campaña a la defensiva y habría caído en el primer asalto. A él eso le cosechó uno de los mayores aplausos en los debates de las primarias.
Como muy bien explica Scott Adams y como siempre decimos en este blog, Trump no es un candidato convencional, ni siquiera un político. Trump es un hombre de negocios y un maestro de la persuasión que juega en otra liga. Alguien que ha sabido no sólo salir vivo de todos sus escándalos en campaña y fuera de ella, sino utilizarlos de forma magistral para darse publicidad, ganar terreno y cargarse (o ganarse si le convenía) a todos y cada uno de sus rivales, ya fueran políticos o mediáticos. A estas alturas, todos ven que no pueden pararle los pies, pero nadie sabe por qué.
Y ahí está precisamente la respuesta a por qué Hillary y los medios de comunicación se están cebando tanto con sus simpatizantes y sus votantes. Si Trump no es un payaso con suerte (ha ganado demasiadas batallas como para que esta idea siga teniendo sentido en la mente de nadie) y a ti no te da la gana de admitir que te ha estado tomando el pelo porque en realidad es mucho más inteligente que tú, la única explicación que queda es que sus seguidores son tontos o están locos. O peor aún, son malas personas.
¿Cuál es el problema de todo esto? Que la idea de que medio EE.UU. se haya vuelto loco en un año y medio también es inconcebible (aunque probablemente es verdad, no locos, pero sí hipnotizados por sus dotes persuasivas). Por eso el New York Times centra sus ataques en la gente que va a sus mítines o en el «americano blanco enfadado» y Hillary Clinton habla de una «mitad» de sus simpatizantes que es «deplorable» y otra que se ha dejado engañar.
Indirectamente, esta campaña de ataques tan personales y tan directos que incluyen ya hasta los votantes, sumada a la 'nueva' estrategia del candidato republicano de moderarse (entrecomillo lo de nueva porque estoy convencido de que Trump tenía planeado rebajar el tono en la recta final de la campaña desde el principio), está haciendo que se cambien las tornas, y mientras él parece cada vez más compasivo y presidencial, ella empieza a parecer la candidata fanática.
En una serie de televisión, Donald Trump sería ese malo malísimo al que sin saber por qué no puedes dejar de admirar y del que esperas que en algún momento sufra una catarsis y se haga bueno. La gente adora este tipo de cambios en las personas. Fijaos por dónde, de repente él se está transformando.
lunes, 5 de septiembre de 2016
Por qué Hillary Clinton no da ruedas de prensa
Hillary Clinton lleva 280 días sin dar una rueda de prensa. Sus partidarios dicen que la razón está en que los periodistas suelen ser machistas con ella y que le hacen preguntas que no le harían a un hombre, pero en mi opinión el motivo es mucho más simple: no se siente nada pero que nada a gusto respondiendo a preguntas aleatorias que no puede preparar como haría con cualquier entrevista en una cadena amiga. Y se pone tan incómoda porque no sabe afrontar situaciones en las que no lo tiene todo bajo control. Es decir, porque es insegura.
Si nos fijamos en su campaña, Clinton, a diferencia de Donald Trump, no da ni un solo discurso sin teleprompter. Necesita estar leyendo constantemente, tenerlo todo bajo control (a veces hasta hacer el ridículo). No sabe improvisar, y cuando lo hace, normalmente o se bloquea o pierde los nervios, ya sea sobreactuando de manera chirriante o, lo que es peor, dejando mostrar su enfado.
En el vídeo a continuación se ve claramente de lo que estoy hablando. Se trata de su primer viaje de campaña en el que la prensa la acompaña en el mismo avión. Ya desde el principio, Clinton aparece sobreactuando de mala manera, diciendo que está ‘excitadísima’ de estar montada en ese avión y ‘muy contenta’ de que la acompañen los periodistas. ‘Creo que está muy bien, ¿no?’, les dice sin salir de su sobreactuación. Cuando ve que no le ríen mucho la gracia, le llega a decir a uno que ‘se supone que tienes que decir sí’. Le incomoda hasta eso.
La escena resulta tan chirriante que llega a dar un poco de pena. Se huele su incomodidad a kilómetros, en un momento hasta respira hondo para quitarse el nerviosismo, y eso que la prensa sólo acierta a preguntarle qué tal le ha ido el fin de semana (menuda vergüenza de prensa, por cierto). Además, si está tan ‘contenta’ y tan ‘excitada’ (‘he estado esperando este momento tanto tiempo’, llega a afirmar) no se entiende por qué el encuentro apenas dura unos segundos antes de irse corriendo a su zona de confort alejada de los periodistas.
El gran problema de Hillary Clinton y uno de los motivos por los que estoy tan convencido de que no tiene ninguna posibilidad de ganar contra Trump es esa falta tan evidente de naturalidad y autenticidad. No está disfrutando nada de la campaña y se le nota demasiado que está desesperada por ganar las elecciones. Habla y se mueve como un robot y, salvo excepciones, es incapaz de transmitir ningún tipo de humanidad. Todo tiene que estar programado al milímetro. En este sentido, me parece lo más inteligente por su parte no celebrar ruedas de prensa: no le benefician en nada, y el daño que pueda hacerle el propio hecho de no dar la cara ante los periodistas compensa con creces el perjuicio que le supondría mostrar su falta de naturalidad más a menudo. Aún así, el pueblo americano la conoce desde hace décadas, todo el mundo sabe que es un personaje artificial.
Por cierto, ¿sabéis quién dejó de dar ruedas de prensa en campaña y se estrelló contra su rival en las elecciones?
Si nos fijamos en su campaña, Clinton, a diferencia de Donald Trump, no da ni un solo discurso sin teleprompter. Necesita estar leyendo constantemente, tenerlo todo bajo control (a veces hasta hacer el ridículo). No sabe improvisar, y cuando lo hace, normalmente o se bloquea o pierde los nervios, ya sea sobreactuando de manera chirriante o, lo que es peor, dejando mostrar su enfado.
En el vídeo a continuación se ve claramente de lo que estoy hablando. Se trata de su primer viaje de campaña en el que la prensa la acompaña en el mismo avión. Ya desde el principio, Clinton aparece sobreactuando de mala manera, diciendo que está ‘excitadísima’ de estar montada en ese avión y ‘muy contenta’ de que la acompañen los periodistas. ‘Creo que está muy bien, ¿no?’, les dice sin salir de su sobreactuación. Cuando ve que no le ríen mucho la gracia, le llega a decir a uno que ‘se supone que tienes que decir sí’. Le incomoda hasta eso.
La escena resulta tan chirriante que llega a dar un poco de pena. Se huele su incomodidad a kilómetros, en un momento hasta respira hondo para quitarse el nerviosismo, y eso que la prensa sólo acierta a preguntarle qué tal le ha ido el fin de semana (menuda vergüenza de prensa, por cierto). Además, si está tan ‘contenta’ y tan ‘excitada’ (‘he estado esperando este momento tanto tiempo’, llega a afirmar) no se entiende por qué el encuentro apenas dura unos segundos antes de irse corriendo a su zona de confort alejada de los periodistas.
El gran problema de Hillary Clinton y uno de los motivos por los que estoy tan convencido de que no tiene ninguna posibilidad de ganar contra Trump es esa falta tan evidente de naturalidad y autenticidad. No está disfrutando nada de la campaña y se le nota demasiado que está desesperada por ganar las elecciones. Habla y se mueve como un robot y, salvo excepciones, es incapaz de transmitir ningún tipo de humanidad. Todo tiene que estar programado al milímetro. En este sentido, me parece lo más inteligente por su parte no celebrar ruedas de prensa: no le benefician en nada, y el daño que pueda hacerle el propio hecho de no dar la cara ante los periodistas compensa con creces el perjuicio que le supondría mostrar su falta de naturalidad más a menudo. Aún así, el pueblo americano la conoce desde hace décadas, todo el mundo sabe que es un personaje artificial.
Por cierto, ¿sabéis quién dejó de dar ruedas de prensa en campaña y se estrelló contra su rival en las elecciones?
sábado, 3 de septiembre de 2016
Terceras elecciones
Intuí que habría terceras elecciones el mismo día que se anunció que en caso de celebrarse, éstas serían el 25 de diciembre. La fecha no está escogida al azar, sino que es una forma de que los votantes acepten sin siquiera tener que pensar en ello que tendrán que volver a las urnas. Eligiendo el día de Navidad, el debate se centra en la fecha mientras que las elecciones se dan por hecho. Obligas a pensar después de la venta, algo así como cuando un vendedor de coches, en vez de preguntarte si te gusta un coche, te pregunta si lo prefieres en manual o automático, haciendo que tu mente dé por hecho que ya has comprado el vehículo y que sólo tienes que elegir el tipo de transmisión. Es una manera efectiva de comprometer al cliente. Con la fecha de las elecciones pasa lo mismo.
¿A quién le interesa volver a las urnas? Obviamente al PP le interesa. Rajoy no tiene nada que perder si se celebran nuevos comicios, al revés, sólo puede ganar votos. Ahora mismo, es como si los votantes estuvieran viendo una película que al principio era interesante pero cuyo final se está haciendo demasiado largo y pesado. El problema es que el acomodador no les deja salir del cine hasta que la película termine. ¿Qué harán? Lo lógico es que se decanten por votar a quien tiene más posibilidades de ponerle punto y final.
Por el mismo motivo, Pedro Sánchez también saldría beneficiado de unas terceras elecciones. ¿Por qué? Porque aunque a un nivel racional pueda parecer que quien está bloqueando la formación de gobierno es él, en el subconsciente de los ciudadanos el principal problema son los nuevos partidos. Ellos son el acomodador que no les deja salir del cine. El votante acepta que el PSOE no tiene por qué apoyar al PP, después de todo esto siempre ha sido así, pero la aparición de dos nuevas fuerzas es algo nuevo y es el principal factor por el que ningún partido está consiguiendo mayoría suficiente para poder gobernar.
Si la oportunidad es alta y el riesgo es bajo, no veo por qué no iban a celebrarse nuevas elecciones. El PP y el PSOE son los culpables lógicos de no lograr ponerse de acuerdo, pero al fin y al cabo estamos acostumbrados a que no se pongan de acuerdo, y de hecho eso nos gusta, en eso consiste el juego político. Pero la culpa de que ninguno se acerque ni siquiera a una mayoría con la que poder formar gobierno es de la propia existencia de Podemos y Ciudadanos. Por eso a estos dos partidos no les interesa lo más mínimo volver a las urnas. Ahora todo depende de Pedro Sánchez, de si prefiere ser presidente a toda costa y liderar un gobierno de porcelana o repetir elecciones y deshacerse de dos fuerzas que le están quitando votos a su partido.
¿A quién le interesa volver a las urnas? Obviamente al PP le interesa. Rajoy no tiene nada que perder si se celebran nuevos comicios, al revés, sólo puede ganar votos. Ahora mismo, es como si los votantes estuvieran viendo una película que al principio era interesante pero cuyo final se está haciendo demasiado largo y pesado. El problema es que el acomodador no les deja salir del cine hasta que la película termine. ¿Qué harán? Lo lógico es que se decanten por votar a quien tiene más posibilidades de ponerle punto y final.
Por el mismo motivo, Pedro Sánchez también saldría beneficiado de unas terceras elecciones. ¿Por qué? Porque aunque a un nivel racional pueda parecer que quien está bloqueando la formación de gobierno es él, en el subconsciente de los ciudadanos el principal problema son los nuevos partidos. Ellos son el acomodador que no les deja salir del cine. El votante acepta que el PSOE no tiene por qué apoyar al PP, después de todo esto siempre ha sido así, pero la aparición de dos nuevas fuerzas es algo nuevo y es el principal factor por el que ningún partido está consiguiendo mayoría suficiente para poder gobernar.
Si la oportunidad es alta y el riesgo es bajo, no veo por qué no iban a celebrarse nuevas elecciones. El PP y el PSOE son los culpables lógicos de no lograr ponerse de acuerdo, pero al fin y al cabo estamos acostumbrados a que no se pongan de acuerdo, y de hecho eso nos gusta, en eso consiste el juego político. Pero la culpa de que ninguno se acerque ni siquiera a una mayoría con la que poder formar gobierno es de la propia existencia de Podemos y Ciudadanos. Por eso a estos dos partidos no les interesa lo más mínimo volver a las urnas. Ahora todo depende de Pedro Sánchez, de si prefiere ser presidente a toda costa y liderar un gobierno de porcelana o repetir elecciones y deshacerse de dos fuerzas que le están quitando votos a su partido.
viernes, 2 de septiembre de 2016
El viaje a Méjico
Si tras su viaje a Méjico alguien sigue pensando que Donald Trump puede perder las elecciones presidenciales de EE.UU., definitivamente vive en un estado de negación de la realidad. Este viaje no sólo ha reforzado la idea de que Trump siempre sale airoso de las situaciones mas delicadas como por arte de magia, sino que le ha servido para acabar de convencer a los indecisos y a los que estaban buscando una excusa para votarle de que no es un loco impulsivo y peligroso, sino todo lo contrario: alguien con un control absoluto de sí mismo, perfectamente capaz de modular su discurso y su comportamiento en función de las circunstancias. Es decir, lo que busca todo el mundo en un presidente.
Todo, desde la puesta en escena hasta el lenguaje gestual, incluso la riña posterior al encuentro, han cerrado cualquier posibilidad a Hillary Clinton no sólo de ganar la Casa Blanca, sino de no sufrir una derrota humillante en noviembre.
Empecemos por la puesta en escena. En una maniobra bastante arriesgada, el presidente mejicano, Enrique Peña Nieto, invitó a los dos candidatos presidenciales de EE.UU. a Méjico. Mi opinión es que Peña Nieto pretendía darse publicidad haciéndose la foto con Clinton y a la vez esperaba que Trump rechazara la invitación con alguna excusa. No le pudo salir más rana la jugada. Hillary Clinton aún no ha dicho esta boca es mía con respecto a la invitación, y Trump no dudó ni un segundo en aprovechar esta oportunidad de oro caída del cielo para estrenarse como diplomático y hombre de Estado y que todo el mundo viera que puede ser «la persona más presidencial» del mundo, como le gusta decir.
Y dicho y hecho. Casi sin que diera tiempo a procesar el anuncio, Trump se presentó en Méjico y mantuvo una reunión «muy agradable y muy productiva» con Peña Nieto, en palabras de una portavoz. La verdad es que no cabía esperar otra cosa. Como adelanté en Twitter horas antes de que se produjera el encuentro, era impensable que el presidente mejicano se aventurara a un enfrentamiento personal y en directo con alguien que en dos meses le podría hacer la vida imposible como líder de la primera potencia mundial y como vecino. Esto es algo que ningún presidente habría olvidado jamás, y con razón.
Las imágenes de la rueda de prensa posterior al encuentro son impagables. Trump acaparando toda la atención, desprendiendo seguridad y autoridad por los poros. Peña Nieto más bien achantado, casi sumiso ante esa figura poderosa que ya daba toda la sensación de ser un presidente experimentado. Trump no se bajó del burro, y aunque por motivos evidentes no utilizó el lenguaje que suele utilizar cuando se refiere a Méjico en un mitin («no es nuestro amigo», «nos está matando»), se mantuvo en sus trece de que va a construir un muro y que renegociará los tratados comerciales. Por si fuera poco, el presidente mejicano le dio la razón al reconocer que la frontera entre EE.UU. y Méjico no es segura y que el tratado de libre comercio es mejorable. Luego llegaron las preguntas, se suponía que no iba a haber, pero aquí Trump volvió a tomar la iniciativa aceptando una pregunta y respondiendo el primero.
Durante todo el encuentro, Donald Trump parecía más el anfitrión que el invitado, como el César pasando revista a las tribus subordinadas de las Galias diciéndoles que hay que mejorar esto y aquello, pero que todo está bien y que siguen siendo amigos. Fue una imagen de autoridad y liderazgo que no se ha visto en décadas en un presidente estadounidense. ¡Y todavía es un simple candidato! Con razón los periodistas y politólogos que cubren la campaña y que son en su mayoría pro-Clinton echaban humo por las orejas tras este encuentro. No se lo perdonarán fácilmente a Peña Nieto.
Por si esto no fuera suficiente, a los dos días del encuentro, en un intento de intercambio de tuits que Donald Trump ignoró por completo y en intervenciones y entrevistas de consumo interno, el presidente mejicano intentó mostrar pose de gallito afirmando que en su reunión con Trump le había dejado claro que Méjico no pagará por el muro. ¿Cuál es el problema? Que en la rueda de prensa anterior, la única pregunta que hicieron los periodistas fue ésa, si habían hablado de quién iba a pagar el muro, y entonces Trump dijo que ese tema no se había tocado y que se hablaría en el futuro. Y Peña Nieto, que estaba delante, no lo desmintió. La imagen que queda de la disputa posterior es la de Trump como un personaje cuya sola presencia impone respeto, incluso a un líder extranjero y siendo un simple candidato. ¿Qué no será capaz de conseguir sentado en la silla del Despacho Oval?
Todo lo que necesitaba Donald Trump para asegurarse la presidencia era actuar de forma presidencial. Y en su visita a Méjico lo ha bordado. En un país que está en modo depresivo, por decirlo de alguna manera, donde casi dos tercios de la población creen que se está yendo por el camino incorrecto, donde todo el mundo está harto de escuchar promesas sin ver resultados, que alguien que les está prometiendo el paraíso en la Tierra y «hacer América grande otra vez», que no se cansa de repetir que va a luchar por ellos y ganar por ellos, se desenvuelva de esta manera ante un líder extranjero de quien han oído que les está haciendo la puñeta en temas como la seguridad y el comercio es mucho más de lo que necesitan para votarle en masa.
Más cuando la alternativa es alguien como Hillary Clinton, con una falta de iniciativa y de energía asombrosas en un candidato presidencial: aún no ha respondido a la invitación de ir a Méjico, no se ha dignado a pisar Luisiana tras las inundaciones, no da ruedas de prensa y apenas celebra un mitin por semana. Nuevamente, da la sensación de que está esperando que alguien haga todo el trabajo por ella. Su única baza para no perder de forma humillante era conseguir hacer calar la idea de que Trump está loco y que su temperamento no le permite ser presidente, pero con este viaje (y sospecho que en los debates, al menos en el último, se comportará de forma muy presidencial) ha vuelto a demostrar que tiene un gran control de sí mismo, que modula su discurso a voluntad y que esa personalidad a lo Dr. Jeckyll y Mr. Hyde que ha adoptado en la campaña es simplemente su forma de negociar, y además es muy efectiva. (Sin ir más lejos, Méjico ya acepta que habrá muro, algo a lo que se negó visceralmente en un principio, y ahora solo lucha por no pagarlo).
Es metafísicamente imposible ganar contra esto. De hecho, es imposible no sufrir una derrota catastrófica contra esto. Sobre todo un político como Hillary Clinton, con fama de ser justo lo contrario y de estropear cada cosa que toca. Está de moda entre los mismos ‘expertos’ que no han acertado ni una sola predicción sobre Trump decir que el Partido Republicano no se recuperará de Trump, pero lo cierto es que quienes no se van a recuperar del binomio Obama-Clinton en mucho tiempo son los Demócratas. Desde luego no con este presidente, que es una versión reforzada del carisma de Ronald Reagan, pero aún más avispado y con más energía.
¿Las encuestas? Ni caso. No soy partidario de teorías conspirativas ni creo para nada que estén manipuladas para beneficiar a Clinton. Tampoco soy de los que piensa que hay un votante oculto de Trump que no se atreve a reconocer su voto. De hecho, creo que si hay un votante avergonzado es el de Clinton, y que el de Trump está deseando gritar a los cuatro vientos que quiere darle una patada al establishment de Washington. Pero sí creo que se están haciendo mal, que el universo electoral no está bien reflejado y que no se está preguntando a la gente adecuada. Pasó con con las primarias (el gurú Nate Silver le dio cero posibilidades de lograr la nominación), pasó con Brexit, pasó en España el 26J y ha pasado incontables veces. Si se repite la tendencia de las primarias republicanas, la victoria de Trump se va a edificar sobre todo en gente que nunca ha votado, en nuevos votantes que las encuestas no están teniendo en cuenta.
Todo, desde la puesta en escena hasta el lenguaje gestual, incluso la riña posterior al encuentro, han cerrado cualquier posibilidad a Hillary Clinton no sólo de ganar la Casa Blanca, sino de no sufrir una derrota humillante en noviembre.
Empecemos por la puesta en escena. En una maniobra bastante arriesgada, el presidente mejicano, Enrique Peña Nieto, invitó a los dos candidatos presidenciales de EE.UU. a Méjico. Mi opinión es que Peña Nieto pretendía darse publicidad haciéndose la foto con Clinton y a la vez esperaba que Trump rechazara la invitación con alguna excusa. No le pudo salir más rana la jugada. Hillary Clinton aún no ha dicho esta boca es mía con respecto a la invitación, y Trump no dudó ni un segundo en aprovechar esta oportunidad de oro caída del cielo para estrenarse como diplomático y hombre de Estado y que todo el mundo viera que puede ser «la persona más presidencial» del mundo, como le gusta decir.
Trump va allí para reforzar su imagen presidencial y Peña Nieto no va a retar a quien dentro de dos meses puede ser el presidente de EE.UU.— Alonso (@alonso_dm) August 31, 2016
Y dicho y hecho. Casi sin que diera tiempo a procesar el anuncio, Trump se presentó en Méjico y mantuvo una reunión «muy agradable y muy productiva» con Peña Nieto, en palabras de una portavoz. La verdad es que no cabía esperar otra cosa. Como adelanté en Twitter horas antes de que se produjera el encuentro, era impensable que el presidente mejicano se aventurara a un enfrentamiento personal y en directo con alguien que en dos meses le podría hacer la vida imposible como líder de la primera potencia mundial y como vecino. Esto es algo que ningún presidente habría olvidado jamás, y con razón.
Las imágenes de la rueda de prensa posterior al encuentro son impagables. Trump acaparando toda la atención, desprendiendo seguridad y autoridad por los poros. Peña Nieto más bien achantado, casi sumiso ante esa figura poderosa que ya daba toda la sensación de ser un presidente experimentado. Trump no se bajó del burro, y aunque por motivos evidentes no utilizó el lenguaje que suele utilizar cuando se refiere a Méjico en un mitin («no es nuestro amigo», «nos está matando»), se mantuvo en sus trece de que va a construir un muro y que renegociará los tratados comerciales. Por si fuera poco, el presidente mejicano le dio la razón al reconocer que la frontera entre EE.UU. y Méjico no es segura y que el tratado de libre comercio es mejorable. Luego llegaron las preguntas, se suponía que no iba a haber, pero aquí Trump volvió a tomar la iniciativa aceptando una pregunta y respondiendo el primero.
Durante todo el encuentro, Donald Trump parecía más el anfitrión que el invitado, como el César pasando revista a las tribus subordinadas de las Galias diciéndoles que hay que mejorar esto y aquello, pero que todo está bien y que siguen siendo amigos. Fue una imagen de autoridad y liderazgo que no se ha visto en décadas en un presidente estadounidense. ¡Y todavía es un simple candidato! Con razón los periodistas y politólogos que cubren la campaña y que son en su mayoría pro-Clinton echaban humo por las orejas tras este encuentro. No se lo perdonarán fácilmente a Peña Nieto.
Por si esto no fuera suficiente, a los dos días del encuentro, en un intento de intercambio de tuits que Donald Trump ignoró por completo y en intervenciones y entrevistas de consumo interno, el presidente mejicano intentó mostrar pose de gallito afirmando que en su reunión con Trump le había dejado claro que Méjico no pagará por el muro. ¿Cuál es el problema? Que en la rueda de prensa anterior, la única pregunta que hicieron los periodistas fue ésa, si habían hablado de quién iba a pagar el muro, y entonces Trump dijo que ese tema no se había tocado y que se hablaría en el futuro. Y Peña Nieto, que estaba delante, no lo desmintió. La imagen que queda de la disputa posterior es la de Trump como un personaje cuya sola presencia impone respeto, incluso a un líder extranjero y siendo un simple candidato. ¿Qué no será capaz de conseguir sentado en la silla del Despacho Oval?
@EPN ¿Y por qué no se atrevió a decírselo de frente a Trump en la conferencia de prensa frente a decenas de periodistas?— JORGE RAMOS (@jorgeramosnews) September 1, 2016
Todo lo que necesitaba Donald Trump para asegurarse la presidencia era actuar de forma presidencial. Y en su visita a Méjico lo ha bordado. En un país que está en modo depresivo, por decirlo de alguna manera, donde casi dos tercios de la población creen que se está yendo por el camino incorrecto, donde todo el mundo está harto de escuchar promesas sin ver resultados, que alguien que les está prometiendo el paraíso en la Tierra y «hacer América grande otra vez», que no se cansa de repetir que va a luchar por ellos y ganar por ellos, se desenvuelva de esta manera ante un líder extranjero de quien han oído que les está haciendo la puñeta en temas como la seguridad y el comercio es mucho más de lo que necesitan para votarle en masa.
Más cuando la alternativa es alguien como Hillary Clinton, con una falta de iniciativa y de energía asombrosas en un candidato presidencial: aún no ha respondido a la invitación de ir a Méjico, no se ha dignado a pisar Luisiana tras las inundaciones, no da ruedas de prensa y apenas celebra un mitin por semana. Nuevamente, da la sensación de que está esperando que alguien haga todo el trabajo por ella. Su única baza para no perder de forma humillante era conseguir hacer calar la idea de que Trump está loco y que su temperamento no le permite ser presidente, pero con este viaje (y sospecho que en los debates, al menos en el último, se comportará de forma muy presidencial) ha vuelto a demostrar que tiene un gran control de sí mismo, que modula su discurso a voluntad y que esa personalidad a lo Dr. Jeckyll y Mr. Hyde que ha adoptado en la campaña es simplemente su forma de negociar, y además es muy efectiva. (Sin ir más lejos, Méjico ya acepta que habrá muro, algo a lo que se negó visceralmente en un principio, y ahora solo lucha por no pagarlo).
Es metafísicamente imposible ganar contra esto. De hecho, es imposible no sufrir una derrota catastrófica contra esto. Sobre todo un político como Hillary Clinton, con fama de ser justo lo contrario y de estropear cada cosa que toca. Está de moda entre los mismos ‘expertos’ que no han acertado ni una sola predicción sobre Trump decir que el Partido Republicano no se recuperará de Trump, pero lo cierto es que quienes no se van a recuperar del binomio Obama-Clinton en mucho tiempo son los Demócratas. Desde luego no con este presidente, que es una versión reforzada del carisma de Ronald Reagan, pero aún más avispado y con más energía.
¿Las encuestas? Ni caso. No soy partidario de teorías conspirativas ni creo para nada que estén manipuladas para beneficiar a Clinton. Tampoco soy de los que piensa que hay un votante oculto de Trump que no se atreve a reconocer su voto. De hecho, creo que si hay un votante avergonzado es el de Clinton, y que el de Trump está deseando gritar a los cuatro vientos que quiere darle una patada al establishment de Washington. Pero sí creo que se están haciendo mal, que el universo electoral no está bien reflejado y que no se está preguntando a la gente adecuada. Pasó con con las primarias (el gurú Nate Silver le dio cero posibilidades de lograr la nominación), pasó con Brexit, pasó en España el 26J y ha pasado incontables veces. Si se repite la tendencia de las primarias republicanas, la victoria de Trump se va a edificar sobre todo en gente que nunca ha votado, en nuevos votantes que las encuestas no están teniendo en cuenta.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)