Si alguien nos hubiera dicho hace cinco años que hoy los españoles estaríamos enzarzados en una reedición de la lucha de clases, seguramente nos habríamos reído en su cara. Por desgracia, un lustro de gobierno socialista ha bastado para regresar a ese viejo y trasnochado discurso según el cual los empresarios son ogros malvados y avariciosos cuya única finalidad es someter, explotar y -a ser posible- comerse a los sufridos trabajadores.
Parece increíble, pero basta darse una vuelta por los foros de opinión de internet para ver hasta qué punto ha decaído el debate político en este país. Leyendo algunos comentarios, cualquiera diría que los españoles vivimos en la Inglaterra decimonónica, donde niños de 10 años trabajan incansables en talleres de fabricación industrial, a mayor gloria de bastardos depredadores capitalistas.
Ayer mismo, la vocera oficial del socialismo patrio, la insoportable y maleducada María Antonia Iglesias, intentaba sin ningún éxito hacernos creer que la subida de impuestos anunciada el viernes por Zapatero obedece a una intención del gran líder de apoyar a los más desfavorecidos. Es decir, que aquí tenemos un Robin Hood bienintencionado que les quita a los ricos para dárselo a los pobres. Obviamente, el público del plató de La Noria -que habitualmente no se caracteriza por su simpatía hacia la derecha- se comió a la señora Iglesias a base de abucheos.
Y es que tanta mentira, tanta improvisación, tanta demagogia y tanta manipulación pueden colar en un país como Venezuela, pero no en España. Por mucho apoyo mediático que se tenga, el presidente de un país serio no puede andar rectificando y mintiendo constantemente como ha hecho Zapatero desde que comenzó la crisis. Primero negándola, luego suavizándola, más tarde culpando a otros y finalmente castigando a todos con más subidas de impuestos.
Es cierto que en este país los niveles de aceptación del engaño han llegado muy lejos -sobre todo por culpa de unos medios de comunicación apesebrados y nada críticos con el poder-, pero no tanto como para prometer una cosa hace menos de tres meses y hacer justo lo contrario a día de hoy e irse de rositas. La paciencia de un pueblo, incluso de uno tan caudillista y manso como el español, tiene sus límites. Por eso creo que la jugada esta vez no les va a salir bien. Desempolvar un discurso tan rancio como el de la lucha de clases para justificar una subida de impuestos en un país que pertenece a la Unión Europea desde hace más de 20 años es una táctica de muy poco recorrido hoy en día. Sobre todo teniendo a personas dentro de tu partido que, con apenas 30 años de edad, cobran 240.000 euros anuales del erario público.
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