¿Cómo ha respondido Iglesias? Cambiando por completo el foco de la cuestión y redirigiendo toda la atención del público a una emoción cotidiana: la diversión. Concretamente, ha dicho que aquello lo hizo porque no pudo resistirse a la tentación de incomodar y provocar a los tertulianos de derechas que tenía a su lado. En ese momento, todo el que estuviera viendo el programa ha sonreído, se ha olvidado de si Iglesias es comunista o socialdemócrata e inconscientemente ha empezado a visualizar a ese niño travieso que todos llevamos dentro y que a veces disfruta sacando de sus casillas a la gente que no le cae bien. Es decir, Iglesias ha conseguido no sólo que nos olvidemos de que estamos ante otro candidato incoherente y oportunista, sino que nos sintamos identificados con él y que identifiquemos a un grupo de tertulianos de derechas con gente que nos cae mal. Como maniobra persuasiva es de 10, y este hombre nos ofrece ejemplos como éste todos los días.
Intentar frenar el avance de un genio de la persuasión como Pablo Iglesias, que ya proyecta imagen de presidente y que además tiene a todo un movimiento detrás, repitiendo que es comunista o que apoya a dictaduras como la venezolana o la iraní no va a dar ningún resultado. Al revés, el candidato morado está tan preparado para darle la vuelta a estas acusaciones que al final incluso acaban dándole más votos, como ha quedado demostrado elección tras elección. Primero, porque estos temas son tan ajenos a la mayoría de las personas que acabamos por ni escucharlos (asumámoslo: el electorado está inmunizado contra la palabra Venezuela). Y segundo, porque en vez de rehuir las acusaciones titubeando y poniéndose nervioso, como haría cualquier otro candidato ante una cuestión incómoda, Iglesias siempre responde a este asunto con tranquilidad y con seguridad, le da la vuelta a la tortilla, intercala alguna broma y al final acaba dando una imagen inteligente, divertida y carismática de sí mismo y otra ridícula y paranoica de su rival. Y eso es lo único que acaba reteniendo el votante en su cabecita.
Los seres humanos no hemos evolucionado para encontrar la verdad, lo hemos hecho simplemente para sobrevivir. Esto hace que la mayoría de nuestras decisiones no las tomemos a partir de un pensamiento lógico y razonado, sino que las racionalizamos después de haberlas tomado en base a emociones personales, vivencias y otro tipo de variables. Así, tomemos la decisión que tomemos, nuestra mente puede seguir adelante. Por supuesto, esto ocurre también en temas como la política o la religión. Y de hecho, gracias a esta habilidad, podemos votar con la conciencia tranquila tanto a un señor del que sabemos que ha recibido sobres con dinero negro en su despacho como a otro que se declara admirador de Otegi. E incluso al propio Otegi. Da igual, porque nuestra mente siempre encontrará un argumento que justifique cualquier elección que hagamos de antemano. Y en una elección política, como en la de cualquier otro producto, lo que pesa más es la marca.
Pongamos un ejemplo: tengo un amigo que considera que soy tonto por usar iPhone, ya que según él el precio de Apple es desorbitado en comparación con otras marcas de smartphone. Para mí, en cambio, el tonto es él por comprarse teléfonos que van más lentos y se estropean más rápido sólo por ahorrarse unos euros. En realidad, ambos hemos racionalizado una decisión previa, la de comprar una marca determinada de teléfono. Él siempre se intentará convencer de que su teléfono tiene más ventajas y yo haré lo propio con el mío. Además, los anunciantes nos bombardearán con publicidad, reforzando nuestra idea de que nuestro producto es mejor. Y si algún día cambiamos de opinión, culparemos a la marca por habernos engañado antes que a nosotros mismos por haber tomado una decisión incorrecta. A nadie le gusta reconocer que se ha equivocado.
En política ocurre tres cuartos de lo mismo. ¿Cómo frenar entonces a Pablo Iglesias? Desvalorizando la marca Iglesias, es decir, apelando a los rasgos negativos de Pablo Iglesias como persona, y no de su discurso (el cual vamos a comprar sí o sí si nos gusta la marca), para convencer después de que ese discurso era un engaño. Y esto hay que hacerlo usando la persuasión, no datos ni argumentos lógicos que al votante le entran por un oído y le salen por el otro a no ser que éstos reafirmen su posición. Por ejemplo, para persuadir al electorado de que Iglesias es un candidato inestable y peligroso para la recuperación del país, sería mucho más efectivo exponer su incapacidad para mantener una relación seria y duradera o su fama de ir de flor en flor con las jovencitas de su partido que decir que sus medidas económicas llevarán al país a la ruina. ¿Por qué? Porque la primera información es mucho más fácil de explicar y de retener en la mente de los votantes que enredarse en temas económicos, y de ese modo la conexión automática que hará el subconsciente del electorado es la de que Iglesias es una persona inmadura que no sabe lo que quiere y que, en consecuencia, no está preparada para asumir compromisos ni afrontar responsabilidades. De este modo, en cualquier debate sobre economía, bastará con que cometa un pequeño error (como el de 'House Water Watch Cooper') o que el candidato rival tilde sus medidas de infantiles y poco meditadas para que la parte irracional del cerebro del televidente acabe dando credibilidad a la idea de que Iglesias no está preparado para gestionar una economía en la cuerda floja. Y es que automáticamente, dicha idea quedará reforzada por aquella que ya está implantada en su subconsciente y que le dice que el líder podemita no es bueno tomando decisiones o las toma de manera impulsiva y poco meditada, resultando siempre en fracaso.
Por supuesto, nadie va a desactivar un fenómeno como Podemos sólo acusando a su líder de ser un picaflor. Habría que añadir otros ingredientes y atacar otros flancos, como su pose encorvada (inferioridad), el desorden en su casa y en la facultad en la que trabajaba (caos), etc. Incluso un simple '¿nunca ha pensado en arreglarse la dentadura?' pronunciado e televisión haría estragos en su marca. Estos temas llenarían tertulias, aunque fuera para criticar al que lanza el ataque. Pero como ya hemos dicho, se le criticaría desde argumentos lógicos que el votante olvidaría al cabo de media hora, quedando en su subconsciente la imagen de un Pablo Iglesias descuidado, desgarbado y desordenado con el que a pocos les gustaría identificarse. Machacar poco a poco con ese tipo de cosas reduciría sus expectativas en poco tiempo.
Por contra, creo que si se cortara el pelo y cuidara su imagen ganaría sin problemas las elecciones. Y que si no lo ha hecho ya es porque aún no le interesa ganarlas.
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