Partamos de la premisa de que este ciclo electoral no es normal. Las reglas han cambiado. Si no fuera así, todo el mundo habría previsto la victoria arrolladora de Trump en las primarias del Partido Republicano, pero fue justamente al revés. Nadie daba un duro por él hasta que se comió con patatas y sin despeinarse a 16 candidatos del GOP, varios de ellos muy potentes.
¿Qué nos dicen estas primarias? En 2008, el Partido Republicano aglutinó a 21 millones de votantes en sus primarias. En 2009, este número se redujo a 19 millones. Pero este año, más de 30 millones de estadounidenses han votado en las primarias del GOP. Es decir, unos 10 millones de personas más que en 2008. Se supone que por el fenómeno Trump.
¿Qué ha pasado en el Partido Demócrata? Justo lo contrario. De atraer a 38 millones de votantes en sus primarias de 2008 ha pasado a reunir a unos 30 millones en 2016. 8 millones de votos menos. Estos números implican un cambio en favor de los republicanos de entre 17 y 18 millones de votos. Por si fuera poco, Trump ganó las primarias con alrededor de un millón y medio de votos más que cualquier otro candidato de la historia del GOP (y eso que tenía a 16 rivales en frente), mientras que Hillary Clinton obtuvo cerca de un millón y medio de votos menos que ella misma en las primarias de 2008.
Sigamos. Barack Obama ganó las elecciones de 2008 atrayendo a 70 millones de estadounidenses a su 'Yes we can', el mayor número de votos de un candidato presidencial y 10 millones más que su rival John McCain. Sin embargo, y a pesar de su naturaleza histórica y su enorme popularidad, en 2012 Obama se convirtió en el primer presidente en siete décadas en revalidar su victoria con menos voto popular que la vez anterior, perdiendo unos tres millones y medio de votos y reduciendo su ventaja sobre el nuevo rival a 5 millones. Y para ello, necesitó atraer nada menos que al 93% del voto afroamericano.
Hillary Clinton no tiene la menor posibilidad de superar los números de Obama. Además de un larguísimo historial político plagado de escándalos y comportamientos que bordean la ley, es mucho menos popular, tiene menos carisma y no insipira ningún entusiasmo en el electorado. En otras palabras, Trump no cae bien a muchos, pero Hillary no cae bien a nadie.
En 2012, de los 235 millones de estadounidenses con derecho a voto, sólo votaron 129 millones. Ambos partidos, Demócrata y Republicano, se dejaron 106 millones de votos en el tintero. Y ya hemos visto que este año ni un solo experto o politólogo ha acertado ni remotamente en sus predicciones sobre la temporada de primarias.
Por la propia naturaleza de Trump, este año todas las reglas de la política estadounidense han cambiado. Y en consecuencia, los medios de comunicación y los politólogos no tienen ni idea de lo que está pasando. Lo que sí han podido ver todos es cómo sus viejos trucos de manual de politología han ido chocando uno a uno contra el muro Trump, hasta el punto de que no han conseguido ni despeinarle y millones de dólares en anuncios contra él han ido directamente a la basura.
En definitiva, con Trump hemos visto cómo su candidatura ha atraído a un montón de nuevos votantes de todos los rincones del país al Partido Republicano. Así logró machacar a 16 oponentes en las primarias. Y así machacará previsiblemente a Hillary Clinton en las elecciones presidenciales.
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