Sábado 25 de abril. Teatro Auditorio de Roquetas de Mar, Almería. David Bisbal celebra un concierto benéfico con el fin de recaudar fondos y poder ayudar así al pago de un costoso tratamiento médico para Juanma, un niño de 5 años que padece una extraña enfermedad neurodegenerativa. Ni el aclamado cantante, ni el auditorio que cedió sus instalaciones, ni siquiera el personal encargado de organizar el evento le piden un solo euro a la familia del niño. Pero hete aquí que llega la SGAE reclamando su parte: un 10% de lo recaudado en concepto de derechos de autor. La familia de Juanma se ve obligada a pagar una señal por adelantado y, tras hacer las cuentas finalizado el concierto, entrega 5.600 euros a la entidad de gestión.
Martes 5 de mayo. El diario El Mundo denuncia el caso en portada.
Pocas horas después, la SGAE da marcha atrás y hace público un comunicado en el que se compromete a devolver la misma cantidad en forma de donativo. Bien por la SGAE, aunque haya tenido que mediar un escándalo para que se produzca esta rectificación.
Sin embargo, no es la primera vez que la entidad dirigida por Teddy Bautista cae así de bajo para llenar los bolsillos de los autoerigidos representantes de los artistas. Ni será la última. Con el beneplácito de los distintos gobiernos del PP y PSOE, y con una justicia atada de pies y manos ante unas leyes inconstitucionales y absurdas, esta sociedad privada se ha convertido en una auténtica policía secreta dedicada a sembrar el miedo entre todo aquél que ose discrepar de sus métodos: se infiltran en bodas, colegios y centros de gente dependiente para grabar y posteriormente denunciar el uso de canciones con derechos de autor; presionan a nuestros gobernantes para que suban las tasas del canon digital; llevan ante la justicia a páginas de descargas e incluso se querellan contra inofensivos bloggers por el mero hecho de proferir críticas contra la entidad. En definitiva, una organización dedicada a crear un estado de terror psicológico colectivo para que nadie se atreva a llevarles la contraria. Eso, en democracia, sólo tiene un nombre.
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