miércoles, 5 de octubre de 2016

El error de Tim Kaine


Tim Kaine empezó con desventaja. Su sola imagen ya es un hándicap para él. Esa cara de vendedor de coches usados, esa voz irritante, esa actitud de graciosillo de la clase que cae bien a todos sus compañeros, pero que nunca será elegido como capitán del equipo de fútbol. En frente, Mike Pence, que tiene pinta de trabajar para el Ejército. Lo dicho, Kaine lo tenía más difícil. Pero podía haber hecho algo. ¿Cuál fue su error?

Partamos de la siguiente premisa: lo que se celebra el 8 de noviembre en EEUU no son unas elecciones al uso entre dos candidatos presidenciales. Lo que se celebra es un referéndum entre el establishment y el anti-establishment. O más concretamente, entre Trump y todo lo demás. La pregunta sería «Trump sí o Trump no».

Según las encuestas y viendo lo que pasó en las primarias tanto del Partido Demócrata como del GOP, está claro que la gran mayoría de la población de EEUU quiere que las cosas cambien. Sin embargo, muchos ven el cambio que encarna Donald Trump como algo demasiado arriesgado, casi como un cambio régimen. Ésa es la película que han construido los votantes en su cabeza y en función de la cual se decantarán por una u otra opción. El que esté dispuesto a asumir ese riesgo le votará sin problemas. El que tenga dudas, se quedará en casa, seguirá buscando una excusa para votarle o votará a Hillary como mal menor. Y el que no quiera asumir ningún riesgo, votará a Hillary sí o sí.

En este sentido, la misión de Mike Pence en el cara a cara de ayer era tranquilizar a esa gran mayoría de americanos que se mueren de ganas de darle una patada a Washington pero que aún no se atreven a votar a alguien como Trump. Y cumplió su objetivo con nota. ¿Cómo? Mostrando que Trump tiene a alguien a su lado que puede compensar ese riesgo. Alguien serio, tranquilo y con experiencia que aún así ha decidido apoyarle y del que Trump puede aprender a ser mejor político.

Para contrarrestar esto, lo que tenía que haber hecho Tim Kaine era dejar a Trump en un segundo plano y centrar el grueso de sus ataques en el propio Mike Pence, intentando convencer al espectador de que él también es un agente de riesgo. Y aunque de alguna manera lo intentó, buscando sacarle de sus casillas con todas esas interrupciones, finalmente se quedó con las ganas por la paciencia y la serenidad del republicano, que, a diferencia de Trump en su debate con Clinton, no picó ninguno de los anzuelos.

El error de Kaine fue centrarse en Trump y limitarse a repetir como un loro las mismas cosas que el votante americano lleva oyendo de él desde hace un año y medio, cosas que ya no le sorprenden, cuando lo que tenía que haber hecho era intentar desprestigiar la imagen del propio Pence. Hacer que los votantes que quieren cambio pero no quieren mucho riesgo –es decir la mayoría– no tengan dónde agarrarse, salvo en Hillary o quedándose en casa.

En condiciones normales, los debates entre vicepresidentes apenas mueven votos. Pero en este ciclo electoral, en el que a la mayoría sólo le hace falta una excusa para darle en las narices a Washington, las cosas son muy distintas. Ayer Mike Pence encarnó esa excusa. Y además reforzó la idea de que, a pesar de su carácter impulsivo, Trump tiene mejor criterio que Hillary para tomar decisiones importantes, esta vez, para elegir vicepresidente.

Mi predicción para el debate presidencial del domingo es que Trump adoptará un papel mucho más parecido al de Mike Pence que al que adoptó en su anterior cara a cara con Hillary. Sin interrumpir y sin entrar en el cuerpo a cuerpo cuando ésta le ponga un cebo. De esa manera, también mostrará que a pesar de las apariencias, es capaz de aprender y de dejarse guiar. Justo lo que quieren ver los votantes que aún siguen indecisos, si es que en realidad queda alguno.