viernes, 2 de septiembre de 2016

El viaje a Méjico

Si tras su viaje a Méjico alguien sigue pensando que Donald Trump puede perder las elecciones presidenciales de EE.UU., definitivamente vive en un estado de negación de la realidad. Este viaje no sólo ha reforzado la idea de que Trump siempre sale airoso de las situaciones mas delicadas como por arte de magia, sino que le ha servido para acabar de convencer a los indecisos y a los que estaban buscando una excusa para votarle de que no es un loco impulsivo y peligroso, sino todo lo contrario: alguien con un control absoluto de sí mismo, perfectamente capaz de modular su discurso y su comportamiento en función de las circunstancias. Es decir, lo que busca todo el mundo en un presidente.

Todo, desde la puesta en escena hasta el lenguaje gestual, incluso la riña posterior al encuentro, han cerrado cualquier posibilidad a Hillary Clinton no sólo de ganar la Casa Blanca, sino de no sufrir una derrota humillante en noviembre.

Empecemos por la puesta en escena. En una maniobra bastante arriesgada, el presidente mejicano, Enrique Peña Nieto, invitó a los dos candidatos presidenciales de EE.UU. a Méjico. Mi opinión es que Peña Nieto pretendía darse publicidad haciéndose la foto con Clinton y a la vez esperaba que Trump rechazara la invitación con alguna excusa. No le pudo salir más rana la jugada. Hillary Clinton aún no ha dicho esta boca es mía con respecto a la invitación, y Trump no dudó ni un segundo en aprovechar esta oportunidad de oro caída del cielo para estrenarse como diplomático y hombre de Estado y que todo el mundo viera que puede ser «la persona más presidencial» del mundo, como le gusta decir.


Y dicho y hecho. Casi sin que diera tiempo a procesar el anuncio, Trump se presentó en Méjico y mantuvo una reunión «muy agradable y muy productiva» con Peña Nieto, en palabras de una portavoz. La verdad es que no cabía esperar otra cosa. Como adelanté en Twitter horas antes de que se produjera el encuentro, era impensable que el presidente mejicano se aventurara a un enfrentamiento personal y en directo con alguien que en dos meses le podría hacer la vida imposible como líder de la primera potencia mundial y como vecino. Esto es algo que ningún presidente habría olvidado jamás, y con razón.





Las imágenes de la rueda de prensa posterior al encuentro son impagables. Trump acaparando toda la atención, desprendiendo seguridad y autoridad por los poros. Peña Nieto más bien achantado, casi sumiso ante esa figura poderosa que ya daba toda la sensación de ser un presidente experimentado. Trump no se bajó del burro, y aunque por motivos evidentes no utilizó el lenguaje que suele utilizar cuando se refiere a Méjico en un mitin («no es nuestro amigo», «nos está matando»), se mantuvo en sus trece de que va a construir un muro y que renegociará los tratados comerciales. Por si fuera poco, el presidente mejicano le dio la razón al reconocer que la frontera entre EE.UU. y Méjico no es segura y que el tratado de libre comercio es mejorable. Luego llegaron las preguntas, se suponía que no iba a haber, pero aquí Trump volvió a tomar la iniciativa aceptando una pregunta y respondiendo el primero.

Durante todo el encuentro, Donald Trump parecía más el anfitrión que el invitado, como el César pasando revista a las tribus subordinadas de las Galias diciéndoles que hay que mejorar esto y aquello, pero que todo está bien y que siguen siendo amigos. Fue una imagen de autoridad y liderazgo que no se ha visto en décadas en un presidente estadounidense. ¡Y todavía es un simple candidato! Con razón los periodistas y politólogos que cubren la campaña y que son en su mayoría pro-Clinton echaban humo por las orejas tras este encuentro. No se lo perdonarán fácilmente a Peña Nieto.

Por si esto no fuera suficiente, a los dos días del encuentro, en un intento de intercambio de tuits que Donald Trump ignoró por completo y en intervenciones y entrevistas de consumo interno, el presidente mejicano intentó mostrar pose de gallito afirmando que en su reunión con Trump le había dejado claro que Méjico no pagará por el muro. ¿Cuál es el problema? Que en la rueda de prensa anterior, la única pregunta que hicieron los periodistas fue ésa, si habían hablado de quién iba a pagar el muro, y entonces Trump dijo que ese tema no se había tocado y que se hablaría en el futuro. Y Peña Nieto, que estaba delante, no lo desmintió. La imagen que queda de la disputa posterior es la de Trump como un personaje cuya sola presencia impone respeto, incluso a un líder extranjero y siendo un simple candidato. ¿Qué no será capaz de conseguir sentado en la silla del Despacho Oval?


Todo lo que necesitaba Donald Trump para asegurarse la presidencia era actuar de forma presidencial. Y en su visita a Méjico lo ha bordado. En un país que está en modo depresivo, por decirlo de alguna manera, donde casi dos tercios de la población creen que se está yendo por el camino incorrecto, donde todo el mundo está harto de escuchar promesas sin ver resultados, que alguien que les está prometiendo el paraíso en la Tierra y «hacer América grande otra vez», que no se cansa de repetir que va a luchar por ellos y ganar por ellos, se desenvuelva de esta manera ante un líder extranjero de quien han oído que les está haciendo la puñeta en temas como la seguridad y el comercio es mucho más de lo que necesitan para votarle en masa.

Más cuando la alternativa es alguien como Hillary Clinton, con una falta de iniciativa y de energía asombrosas en un candidato presidencial: aún no ha respondido a la invitación de ir a Méjico, no se ha dignado a pisar Luisiana tras las inundaciones, no da ruedas de prensa y apenas celebra un mitin por semana. Nuevamente, da la sensación de que está esperando que alguien haga todo el trabajo por ella. Su única baza para no perder de forma humillante era conseguir hacer calar la idea de que Trump está loco y que su temperamento no le permite ser presidente, pero con este viaje (y sospecho que en los debates, al menos en el último, se comportará de forma muy presidencial) ha vuelto a demostrar que tiene un gran control de sí mismo, que modula su discurso a voluntad y que esa personalidad a lo Dr. Jeckyll y Mr. Hyde que ha adoptado en la campaña es simplemente su forma de negociar, y además es muy efectiva. (Sin ir más lejos, Méjico ya acepta que habrá muro, algo a lo que se negó visceralmente en un principio, y ahora solo lucha por no pagarlo).

Es metafísicamente imposible ganar contra esto. De hecho, es imposible no sufrir una derrota catastrófica contra esto. Sobre todo un político como Hillary Clinton, con fama de ser justo lo contrario y de estropear cada cosa que toca. Está de moda entre los mismos ‘expertos’ que no han acertado ni una sola predicción sobre Trump decir que el Partido Republicano no se recuperará de Trump, pero lo cierto es que quienes no se van a recuperar del binomio Obama-Clinton en mucho tiempo son los Demócratas. Desde luego no con este presidente, que es una versión reforzada del carisma de Ronald Reagan, pero aún más avispado y con más energía.

¿Las encuestas? Ni caso. No soy partidario de teorías conspirativas ni creo para nada que estén manipuladas para beneficiar a Clinton. Tampoco soy de los que piensa que hay un votante oculto de Trump que no se atreve a reconocer su voto. De hecho, creo que si hay un votante avergonzado es el de Clinton, y que el de Trump está deseando gritar a los cuatro vientos que quiere darle una patada al establishment de Washington. Pero sí creo que se están haciendo mal, que el universo electoral no está bien reflejado y que no se está preguntando a la gente adecuada. Pasó con con las primarias (el gurú Nate Silver le dio cero posibilidades de lograr la nominación), pasó con Brexit, pasó en España el 26J y ha pasado incontables veces. Si se repite la tendencia de las primarias republicanas, la victoria de Trump se va a edificar sobre todo en gente que nunca ha votado, en nuevos votantes que las encuestas no están teniendo en cuenta.

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